Mostrando entradas con la etiqueta 2 Curso (2009-10). Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 2 Curso (2009-10). Mostrar todas las entradas

8 ago 2011

Cartel de Manuel Marín


Manzanares, 7 de mayo de 2010
Cartel anunciando la conferencia de Manuel Marín

Conferencia de Manuel Marín


Anclados en Europa


Manzanares, 7 de mayo de 2010
Por Manuel Marín
Buenas tardes-noches. Quiero en primer lugar agradecerle a Román sus amables palabras, tal vez excesivas, y saludar a un compañero clásico, porque ahora se dice viejo por cualquier motivo, que es vuestro alcalde Miguel Ángel Pozas y otros compañeros más de la agrupación local del PSOE. Ya no somos tan jóvenes como cuando empezamos, pero seguimos con la misma ilusión.
También deseo deciros el gusto que siento de estar aquí, en la Escuela de Ciudadanos. Me parece una iniciativa loable. Todo lo que signifique presentar ideas, presentar argumentos, presentar escenarios y a partir de ahí establecer una reflexión, siempre es útil.
¿De qué podría yo hablaros?  Pues qué mejor que hablar sobre aquello a lo que me he dedicado toda mi vida: algunas reflexiones sobre Europa, lo que ha significado para nuestro país, el recorrido que hemos hecho.  Sobre dónde estamos ahora y cómo estamos. Hablaré sobre algunas ideas sobre el futuro. Y me voy a atrever, porque ya tomé la decisión de cerrar la ventanilla de mi vida política, a reflexionar respecto a lo que está aconteciendo en este momento y qué es lo que se podría hacer dentro de Europa, pensando también, lógicamente, en España.
El próximo día 12 de junio se va a producir una circunstancia, que no sé si se festejará o no con júbilo, pero creo que es una de las cosas que merecen una reflexión. 
El 12 de junio de 1985 se firmó en el Palacio Real de Madrid el Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas. Han pasado ya 25 años, un cuarto de siglo. Suficiente tiempo como para poder establecer un juicio crítico, con lo bueno, lo malo, lo regular, de aquel episodio. Además,  se da otra circunstancia: en este primer semestre, se produce la cuarta presidencia rotatoria española de la Unión Europea (UE), con la puesta en marcha  del Tratado de Lisboa, al que luego me referiré. Así pues, veinticinco años y cuatro presidencias españolas.


Manuel Marín estampa su firma en el Tratado de Adhesión a la CEE en el Palacio de Oriente. (Fotografía de García Francés)
En términos históricos, parto de una constatación: creo con toda seguridad que la adhesión es una de las operaciones más rentables de política exterior, de relaciones internacionales que haya podido hacer España en nuestra historia reciente. Si no es la más rentable. Digo rentable en un sentido político y también en un sentido social, en un sentido económico, en un sentido estructural de aparato productivo. Ha sido, en todos los sentidos, una operación rentable. No digo con eso que todo se hiciera magníficamente bien y que los resultados fueran iguales para todos los sectores productivos,  pero creo que nadie, viendo nuestra historia reciente, pondrá en duda que el hecho de anclarnos a Europa, que fue una operación sobre todo de anclaje político, ha sido la operación más rentable que hayamos podido hacer en nuestra política exterior desde hace ya bastante tiempo.

La primera plana de EL PAIS del 13 de junio de 1985 refleja la alegría por la firma del Tratado de Adhesión a la CEE y la tristeza por el asesinato de cuatro españoles a manos de ETA. Manuel Marín, de pie, a la izquierda de la foto, junto al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán.
Se ha debatido mucho sobre cuál fue el objetivo fundamental de querer ser europeos, algo que ahora incluso parecería banal. Se han desarrollado teorías sobre si lo que nos llevó a solicitar la adhesión era hacer un anclaje político a Europa. Sobre si la joven democracia que acababa de nacer, apenas en julio de 1977, lo que quería era agarrarse a lo que había sido nuestro entorno natural, nuestra historia: Europa.

España fue una potencia europea. Y España, siendo potencia europea, hizo cosas buenas, cosas regulares y alguna que otra mala. Pero participó activamente durante siglos en la construcción de este continente, como luego hizo el imperio francés, y luego el imperio británico. Como anteriormente había hecho Carlo Magno y mucho antes Roma y Grecia. Tuvimos una participación importante. Desafortunadamente, la dictadura de Franco nos dejó fuera de un proyecto histórico: la fundación de la nueva Europa. Teníamos que volver a él. Por tanto, no  hay que dale más vueltas a la historia: en aquel momento, los españoles queríamos ser europeos, porque eso significaba, simplemente, anclarnos en un territorio, en un continente que también era nuestro.
¿Fue una operación política? ¿Fue una operación económica? ¿Fue una operación de modelo de sociedad? No. Fue todo eso y mucho más. Fue la parte exterior, la parte internacional de la transición democrática. La transición democrática lo que pretendió en el dilema reforma-ruptura era encontrar una Constitución para todos. Lo conseguimos. Conseguimos resolver el problema de la articulación y del modelo territorial del Estado. Lo conseguimos, aunque últimamente se están creando bastantes problemas respecto a la concepción del Estado autonómico, como es público y notorio. Nos faltaba la otra pata de la transición. Esa pata, lógicamente, era incorporarnos a Europa.
Así pues, fue una operación política, económica y de modelo de sociedad, desde luego, pero representaba también resolver nuestras alianzas políticas con Europa. Es cierto, como luego me referiré, que no fuimos capaces de resolver una contradicción que nos obligó a hacer un referéndum dramático, que el partido socialista (PSOE) no supo resolver, que fue el tema de la OTAN
Así pues, mi primera conclusión es la siguiente: si fue la parte exterior de la transición, no hay que olvidar un dato que tiene un enorme valor, aunque ha pasado mucho tiempo. Las Cortes que salieron de las elecciones de junio de 1977, aunque no estaba previsto en la ley de reforma política, se convirtieron automáticamente en Cortes constituyentes. Era una forma de establecer una diferencia, de afirmar que aquello no iba a ser una herencia del régimen franquista. A veces, se  olvida un dato importante: apenas un mes después, el 27 de julio, la primera decisión que toman esas Cortes constituyentes, por unanimidad, es mandatar al Gobierno, en  aquella época con Marcelino Oreja y Leopoldo Calvo-Sotelo, para que solicitaran la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea de la época. Es decir, la primera decisión que toma la joven democracia recién estrenada, en el ámbito de la política exterior, y se toma por unanimidad, es adherirse a Europa.

Portugal, el otro país ibérico, también lo hizo, pero con una gran diferencia: hubo una fortísima oposición interna, con un gran partido, el Partido Comunista, que se opuso tajantemente a la adhesión. Aconteció igual en el caso de Grecia, cuando se fueron los coroneles en 1974. Y en todas las adhesiones siempre ha habido partidos que han dudado, que han sido escépticos. No fue el caso de España. Aquí se tomó una decisión por unanimidad. Eso supuso la gran operación política de la transición: integrarnos en Europa. Lo que hicimos fue recuperar una parte de nuestra historia. Creo que la, operación estuvo bien planteada. Después de la dictadura, nos unimos a Europa
¿Qué significó aquello?  Todos queríamos ser, perdón, modernos. Éramos un país anticuado en todo: en infraestructuras, en sociedad, en servicios. Esta Biblioteca Municipal no existía, era impensable. Esta noche estamos aquí muchos de los que nos conocimos en aquella época. ¿Qué era Manzanares en aquel tiempo?  Era lo que era, más bien poquita cosa, en términos de servicios, de apertura. ¿Qué eran nuestras carreteras?, ¿qué eran nuestras comunicaciones? Nada. Éramos un país muy atrasado, que apenas llegábamos a los 4.000 dólares de renta per cápita. Fijaros: ahora estamos, a pesar de la crisis, en 20 o 21.000 euros de renta per cápita. El progreso ha sido absolutamente colosal y me alegro. Aquella era la gran oportunidad que teníamos para modernizarnos. 
Por eso, creo que ahora que hemos festejado los 30 años de democracia, y se ha dicho que esos 30 años son el periodo de tiempo más prolongado de democracia en nuestra historia y más fructífero en términos de paz social, estabilidad, crecimiento económico y social, cosa que es verdad, creo que una parte de ese mérito lo tiene el haber entrado en Europa.


Hablaba de anclajes: fuimos capaces de resolver bastante bien el anclaje en Europa, porque era nuestra responsabilidad. Pero hay un anclaje que no fuimos capaces de hacer bien: el anclaje atlántico. Esa fue la gran contradicción de los socialistas. Dijimos primero no a la OTAN y luego, a través de una pregunta absolutamente extravagante, organizamos un referéndum (en 1986) para permanecer en la organización. 
Nos dimos cuenta, y ahora ya se puede decir claro. Después del golpe de Estado del 23 de Febrero, más otros dos que se pudieron abortar a tiempo, muchísimo más peligrosos, llegamos a una conclusión elemental: ¿por qué nuestros coroneles, nuestros tenientes coroneles, no los mezclamos con los noruegos, con los daneses, con los alemanes, con los ingleses, con los italianos? A lo mejor es bueno que los estados mayores de los ejércitos se formen en Inglaterra
¿Comprendéis lo que quiero decir? Tuvimos que replantearnos en aquel momento toda una operación política que nos desgastó bastante. No lo hicimos bien. Nos la jugamos a un referéndum y menos mal que el liderazgo de Felipe en aquel momento era imponente y la gente siguió ese liderazgo. Si no, probablemente hubiéramos creado una situación de asimetría o de falta de simetría en nuestra política exterior que nos hubiera penalizado enormemente.
Pregunta y reflexión: ¿hemos aprovechado nuestra pertenencia a la Unión Europea? La respuesta es sí, rotundamente sí. La apuesta europea nos ha ido bien. España, además, es un país básicamente europeísta. No hay nadie que se manifieste como euroescéptico. Todo lo más, últimamente, han sido algunas declaraciones de dirigentes importantes del partido popular, con motivo de la crisis griega, que hubiera sido mejor que no se produjeran. 
Pero dicho esto, en términos generales, en el Parlamento español, en las fuerzas sindicales, en fuerzas económicas, entre las gentes de la cultura, de la sociedad, de la universidad no hay ningún discurso que sea clásicamente euroescéptico ni que proclame en ningún caso, yo no lo he oído nunca, la idea de que España abandone la Unión Europea
Eso es bueno porque no se puede olvidar que España es un país periférico. No tengo un mapa, pero España es periférico y del sur. Y un país que es periférico y del sur tiene que tener una tentación permanente para estar muy cerca del centro de las decisiones. Cuando eres periférico, cuando estás en una orilla, procuras tener una representación muy potente allí donde se decide. Porque si no, esa periferia se va acusando, cada vez eres más periférico y cada vez pintas menos. Esto siempre lo tuvimos muy claro. Por ello, tiene que ser una regla de oro en nuestro país, gobierne quien gobierne, mande quien mande. Porque somos periféricos y tenemos una frontera en el sur complicada es muy importante estar en el corazón de Europa. Es una regla elemental.
Las políticas comunes nos han servido para modernizar el aparato productivo y creo que lo hemos hecho francamente bien. Hablaba antes con Miguel Ángel, vuestro alcalde y con Román, tomando un cafetito en el Parador, antes de venir aquí, sobre el tema de Grecia. (1) ¿Ayudamos a Grecia o no ayudamos?
Creo que hemos hecho bien en ayudar por un principio de solidaridad. Pero es que los españoles no deberíamos olvidarnos de algo fundamental: durante todos estos años, los contribuyentes europeos, ciudadanos daneses como vosotros, pero en Dinamarca, alemanes, franceses, luxemburgueses, belgas, y no sigo, que son contribuyentes netos, han estado enviando al Banco de España, al tesoro público, entre 13 y 14.000 mil millones de euros todos los años. Regalados, gratis. Y gracias a eso tenemos los aves. Gracias a esos fondos y al esfuerzo nacional, por supuesto. Sin esfuerzo nacional no se puede hacer nada. 
Pero muchas de las cosas que tenemos ahora aquí se lo debemos a ese principio de solidaridad y de generosidad del tesoro europeo. Tesoro en términos financieros. Fondos del presupuesto europeo que han mandado a España. Eso no lo debemos olvidar. Y no lo debemos olvidar porque España va a salir dentro de dos años del programa de esos fondos. Nos queda hasta el 2012, porque ya somos un país rico, afortunadamente. Hemos mejorado mucho. Incluso, en años muy recientes, pues a lo mejor buena parte de nosotros nos hemos comportado como nuevos ricos. Pero ese no es un tema para debatir hoy. Aunque es cierto que algunas de las cosas que nos pasan ahora es porque hemos actuado más como nuevos ricos, sin pensar en el futuro. 
Hemos sido los principales beneficiarios de los fondos de cohesión y no  nos ha ido mal. Y también hemos sido los segundos beneficiarios de los fondos agrícolas. La modernización que ha tenido nuestro campo, con las políticas comunes, ha sido espectacular. Luego hemos hecho, naturalmente, una serie de esfuerzos en la ordenación de nuestra forma de entender la sociedad, de nuestros negocios, del cambio de mentalidad, que ha sido fundamental.

Me acuerdo cuando vine aquí hace años. ¡Dios santo, el mitin que me hizo el compañero Nieto en la cooperativa! Me acompañaba una compañera de Valdepeñas. Se llamaba Millares, la enóloga, ¿no?
Les dije a los cooperativistas que había que cambiar, que se podían hacer las cosas de otra manera, que se podía hacer buen vino cambiando los procedimientos de la gerencia de la cooperativa, que estaban muy anticuados… Recuerdo que al frente de la cooperativa estaba el compañero Nieto, con su boina. ¡Lo que nos costó convencerles de que había que cambiar!  Fue muy duro, pero se consiguió. Se produjo una adaptación natural de la ciudadanía. Se abría un gran mercado y había que aprender a competir, había que aprender a pelear por nuestros intereses y los intereses de los demás.
Añadiré otra cosa que tiene que ver con la entrada de España en el Mercado Común. Se produjo un cambio de modelo productivo en España. Veníamos de la autarquía  de Franco. Con el dictador, la economía española estaba totalmente cerrada, aquí no podía entrar nadie a vender nada, ni a comprar nada porque estaba todo cerrado, todo protegido, con aranceles del 30 o 40%. No se podía vender, nada, ni una botella de agua de otro sitio, y tuvimos que abrirnos. 
Por ello, la entrada de España en el Mercado Común se recuerda como un éxito, pero ejecutar esa unión nos llevó a veces a tomar decisiones muy complicadas. Porque para cambiar el modelo productivo de un país, hay que tomar decisiones que en ocasiones son muy duras, muy impopulares. Lo digo porque recientemente me invitaron a dar unas conferencias en un universidad de Nueva York para que explicara estas cosas. La pregunta que me hacían era: ¿se puede hacer el tránsito de un modelo productivo a otro modelo, digamos, sin romper un huevo? Es imposible, es imposible. 
Recuerdo mis negociaciones con el comisario Étienne Davignon, siendo yo Secretario de Estado de Relaciones con las Comunidades Europeas y responsable del equipo negociador de la adhesión de España a la Unión Europea. Era tremendo. 
Porque España tenía entonces un serio problema en su aparato productivo. Teníamos una siderurgia vieja, mala. Lo único que producía eran alambrones para la construcción. Había países, como India, Camboya, que competían seriamente con nosotros. Éramos los grandes especialistas de las vigas en forma de t y de u. En Bruselas se nos dijo: señores, si ustedes quieren entrar aquí, tienen que desmantelar todo eso; tienen que ponerse a hacer empresas de automóviles y, sobre todo, introducirse en el mundo de la tecnología, de los aceros especiales, de los laminados en caliente. 
Yo traía de Bruselas todas esas recomendaciones en mi cartera y me tocaba ir a la reunión de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos para decir: “señores, hay que ir a la modernización de nuestro aparato industrial, no podemos seguir haciendo redondos de construcción y alambrón, porque esto es la ruina. 
Recuerdo que tuve que ir a comunicarle al compañero Joan Lerma, entonces presidente de la Comunidad valenciana: Joan, vamos a cerrar Sagunto. Luego fui a Avilés a decir: vamos a cerrar Avilés. Y como teníamos una flota que no sabíamos qué hacer con ella, fui a Ondarroa, donde estaban todos los de Herri Batasuna, a decir: esta flota hay que llevarla al desguace. 
Pero gracias a eso hicimos un país moderno. Por ello, para cambiar un modelo productivo a otro modelo productivo se necesita un proyecto muy sólido y convencer a la opinión pública de que ese salto hay que darlo. 
En estos momentos, con la crisis actual, tenemos que abandonar el ladrillo para ir a otro modelo productivo. Pero, creedme, hay que tomar decisiones rápidas, sabiendo que algunas de ellas, forzosamente, tienen que ser duras. No podemos continuar diciendo: ¿qué hacemos?, ¿qué hacemos?, ¿qué hacemos? El tiempo nos come.
He querido poner este ejemplo porque es verdad que nos modernizamos, pero, ojo, nos costó dos huelgas generales. Y quiero recordarlo ahora: dos huelgas, no porque nosotros fuéramos malos socialistas en aquella época, sino porque inevitablemente había que reformar el país de arriba abajo. Seguro que estáis comprendiendo perfectamente el mensaje que os quiero transmitir. Pero para hacer algo así, se necesita conciliar un relato, un proyecto político, explicar a la gente el por qué no podemos salir adelante sin  esas reformas. 
Eso sí, hay que tomar medidas de compensación social. Ahora que estamos aquí, en Manzanares, acordaos lo que significó la batalla por extender la seguridad social agraria al campo. Es decir, puedes hacer grandes transiciones de tipo económico y estructural de una economía a otra, pero sin olvidar el ámbito social. No lo olvidamos. Se hizo lo que se pudo. Atención pues a esta idea que os deja alguien que ha vivido una situación sumamente ingrata. Pero a veces, en política, tienes que tomar decisiones que son no ya ingratas, sino ingratísimas. Pero hay que hacerlas. Porque fijaos: si no llegamos a hacer aquello, no salimos. Y se hizo en unas condiciones del demonio. Todo aquello coincidió con el secuestro y asesinato del ingeniero José María Ryan (1981) y el posterior cierre de la central de Lemóniz (Vizcaya), donde trabajaba.
Creo que en la situación actual, se puede reclamar a quienes están en el Gobierno o en la oposición,  que hagan un esfuercito para ser conscientes de que las cosas no están bien. A mí, sinceramente, y sin criticar a nadie, sin entrar en polémica, hay que pedir mucho más, hay que exigir mucho más. Porque la opinión pública tiene que estar informada y ser consciente de que probablemente haya que tomar medidas, insisto, no gratas. En aquellos años, teníamos una ventaja: operábamos sobre la unanimidad en el Parlamento. Reconozco que ahora eso no es reproducible.
España además, estuvo en todos los retos. Por eso es bueno que España haya estado también en el reto de la ayuda a Grecia. Estuvimos en el reto del mercado interior sin fronteras y participamos activamente y nos la jugamos. Había que modernizar y se modernizó. Estuvimos en la Unión Económica y Monetaria y, afortunadamente, creo que hicimos muy bien de meternos en el euro, porque la peseta no era una moneda consistente, era una moneda de devaluaciones. Si las pesetas hubieran sido los doblones y los escudos de la edad del oro, entiendo que hubiéramos luchado por ella. Pero la peseta no era una moneda de gran prestigio. Creo que ya podemos decir esto, una vez que ha pasado tanto tiempo.

Luego estuvimos en la puesta en marcha y en circulación del euro. ¡Caray! Me acuerdo cuando se decía: la gente no va a abandonar la peseta, los pobres pensionistas no se van a enterar, la pobre ama de casa, se va a tirar por la ventana, pues irá al mercado y no se va a enterar. 
Pero no pasó nada. Hubo un tránsito más o menos bien explicado y la gente se ha acostumbrado a la nueva moneda. Hoy todo el mundo trabaja en euros, para bien o para mal. Ahí se dio un salto. Quiero deciros algo: ¿sabéis lo que más nos costó?  La gran batalla fue cuando tuvimos que anunciar que el 1 de enero 1993 entraba en vigor del nuevo IVA. A los pequeños y medianos comerciantes de todas las tiendas de España les suponía un elemento de modernización extraordinario: incluir la caja registradora y llevar doble contabilidad, para luego el poder hacer las devoluciones del IVA a Hacienda. Algo que se hace ahora normalmente cuando vas a comprar a cualquier sitio. Te hacen el albarán y luego la factura con el IVA. Todo eso se hace ahora mecánicamente por ordenador. En aquellos años, acordaos, el tendero tenía un alambre doblado en el que pinchaba las notas. ¿Os acordáis de aquello? La gente decía: el país se paraliza, esto no puede ser, esto es un disparate. Pero no pasó nada, y ahora aquellos retos te producen una risa enorme.
Muchas veces tienes que tener el coraje de decir: voy a tirar adelante, aunque se me puedan quedar en el camino dos mil o tres mil personas que no van a ser capaces de seguirme, aunque esas personas se recuperen más tarde. 
Además, estuvimos en la batalla de la Constitución europea. Fue el primer país que la ratificó (20 de febrero de 2005). Desafortunadamente, Francia, luego Holanda y más tarde Irlanda que, como sabéis, le dieron la puntilla. Más tarde hemos estado en el Tratado de Lisboa y lo estamos, lo estamos desarrollando.
¿Cómo resumo la adhesión a Europa en 1986? La adhesión y aquella firma del 12 de junio de 1985, produjo algo rarísimo. Fue uno de esos momentos raros, raros, raros, como decía el papá de Julio Iglesias: raro, raro, raro. Se produjo un momento de autoestima colectiva, algo que es dificilísimo de conseguir en nuestro país. Todo el mundo estaba feliz, todo el mundo se sintió feliz, la gente dijo lo hemos conseguido. Y conseguir en nuestro país un momento de autoestima colectiva es terrible, es complicadísimo. Creo que ese es uno de los grandes defectos nacionales que tenemos. La gente se sintió feliz, se sintió contenta, estamos progresando, lo hemos conseguido, vamos a más. Creo que tuvo mucho que ver mucho el que en aquel momento hubiera un proyecto muy claro para todos los ciudadanos: queremos ser europeos, vamos a por todas y aguantamos los asesinatos y el terrorismo feroz de ETA, los golpes de Estado y lo que sea, porque este país sale para adelante.
Ese es un gran valor, que no se si hemos perdido definitivamente. Pero es un valor que nos cuesta mucho conservar, el valor de la  autoestima colectiva. 
Han pasado veinticinco años y nos encontramos en un momento que yo no me atrevería a calificar, pero que desde luego no es fácil. La historia de Europa se ha hecho progresivamente a través de crisis. Venía una crisis, luego otra y siempre Europa ha emergido y ha sido capaz de progresar de una manera determinante. 
Tuve la fortuna de vivir uno de los momentos históricos mas interesantes de la construcción europea. Fue el periodo de lo que se llamo la gran cabalgada en frase de Jacques Delhors.
Fue la etapa que se corresponde con el Consejo Europeo cuyos miembros se llamaban Khol, Miterrand, Felipe González, Mairtens, Lubbers …. Todos Jefes de Estado o de gobierno, grandes europeístas.  Un consejo Europeo que mantuvo su estabilidad por un período de 10 años y que fue capaz de conseguir grandes cosas. Además, se dio una circunstancia, que fue muy molesta al principio, pero que finalmente generó una situación muy favorable para la UE. Fue el contrapunto de la señora Thatcher. La primera ministra británica siempre estaba en contra de cualquier progreso en el proceso de integración europea y su actitud era tan negativa que terminaba molestando y, disculpen por la palabra, cabreando al resto del Consejo Europeo. Incluso se dio la circunstancia de que la señora Thatcher llegó a regañar a algún jefe de Estado o de Gobierno en el desarrollo de las reuniones. lo que provocaba la reacción del conjunto frente a sus posiciones anti-europeas. 
La actitud de Thatcher terminó por aislar al Reino Unido, y la incorporación al tratado de Maastricht de la cláusula del optim out, -si te quieres quedar fuera del Euro, te puedes quedar, pero nosotros seguimos sin el Reino Unido-, permitió el nacimiento de la moneda única, el Euro.
Y a partir de ahí se hizo el acta única, el mercado interior sin fronteras, Maastricht, el tratado de Ámsterdam, de Niza, la Unión Económica y Monetaria y el principio de la ampliación. Muchos se han preguntado si debían entrar a todos estos países de la antigua órbita soviética. La respuesta es, naturalmente que sí. Porque el elemento central de la Unión Europea es ofrecer estabilidad al continente. 
Les voy a poner una trampa que les hago a mis alumnos. Les digo: dadme el nombre de tres dictadores. Invariablemente, Franco sale el primero, luego, Pinochet, Mussolini, Hitler. A partir de ahí, les pido que me señalen grandezas y miserias de Europa, es decir, lo que ha aportado Europa a la historia: el derecho romano, la filosofía y el primer sentido de la polis y de la política, la democracia en RomaEuropa ha inventado la música sinfónica y la gramática. Europa ha inventado la imprenta y la Ilustración. Hemos hecho la Revolución Francesa, con su bandera de libertad, igualdad y fraternidad. Hemos hecho la revolución marxista, la revolución rusa; hemos descubierto el nuevo mundo; hemos constituido, realmente, una sociedad de valores con la Ilustración y la Declaración Universal de los Derechos Humanos
En fin, Europa he hecho grandes cosas, pero Europa también tiene sus miserias. Hemos inventado la intolerancia, el oscurantismo y no os olvidéis de que ha sido en el continente europeo donde se han desarrollado las ideologías totalitarias, fascistas y nazis. En Europa se ha cometido el mayor crimen contra la humanidad: el holocausto y la limpieza étnica. En Europa creamos la Inquisición. En Europa hemos aprendido a perseguir al otro por su identidad, y hemos empezado a perseguir a los otros por su religión. Hemos echado a los judíos y a los moros. En resumen, hemos hecho cosas buenas y cosas malas.
Las dos guerras más crueles que ha habido en la historia de la humanidad no tuvieron lugar en África, ni en Asia. Sucedió aquí, en Europa: la I y la II Guerra Mundial
Pues bien, el invento de la Europa actual ha servido para frenar todo eso. Desde hace un tiempo, vivimos en Europa en una situación  envidiable: cayó el Muro de Berlín, cayó la Unión Soviética, se colapsó el comunismo… Por ello, había que dar respuesta a esos países que habían estado sufriendo la división del mundo tras el acuerdo de Yalta en la II Guerra Mundial. No se podía decir que no. Porque Europa ha sido un factor fundamental de recuperación de la democracia en nuestra historia reciente. De la misma manera que Europa recuperó para la democracia a Grecia después de la dictadura de los coroneles, que recuperó para la democracia a Portugal después de la dictadura de Salazar, y recuperó luego a España. De la misma manera tenía que recuperar los bálticos. Esa es la historia de Europa. Esa operación había que hacerla porque creo que era la única manera de poder organizar el continente.
Mi punto de vista respecto al futuro ha empezado con esta presidencia rotatoria española de la Unión Europea. Además, se está rodando el Tratado de Lisboa, con independencia de lo afortunado o desafortunado de algunas cosas. Hay datos que apuntan a que probablemente ha habido algunas decisiones poco pensadas. Pero, en fin, se está rodando el tratado, se nombró presidente del Consejo europeo al belga Herman Van Rompuy, y alta representante para Asuntos Exteriores a la británica Catherine Margaret Ashton
Manuel Marín atiende a los periodistas.
La posición que está teniendo la presidencia española me parece muy europeísta y digna de agradecer. Rodríguez Zapatero ha dejado que sean ellos quienes empiecen a trabajar y les está facilitando el trabajo, porque es muy importante que durante este rodaje estas figuras, Van Rompuy y Lady Ashton se consoliden y ojalá se consoliden. 
Ha habido suerte, porque detrás de nosotros vienen los belgas y es otra presidencia, por así decirlo, proeuropeísta. Luego llegará el nuevo gobierno húngaro, en donde hay partidos políticos absolutamente euroescépticos, que probablemente nos creará el mismo tipo de problemas que nos creó la presidencia checa. Eso hay que tenerlo en cuenta también. 
Pero no es el momento de entrar en veredas. Hubo un método que ha dado mucho resultado y que no se debió abandonar: el método funcionalista, sobre el cual se basa la integración europea, la integración política y la integración de la sociedad. Las sociedades funcionan cuando los dirigentes políticos son capaces de crear solidaridades de hecho, que es la palabra entre los ciudadanos. Porque, si se generan solidaridades de hecho sobre intereses, que es una cosa muy legítima, la gente normalmente no se pelea. A nadie le gusta pegarse tiros en los pies. 
Regreso un momento a mis estudiantes y los dictadores. Después de escuchar todas las barbaridades que hicimos, me preguntan: ¿de vedad hemos sido los europeos tan malos en nuestra historia? Pues sí, pues sí. Junto a cosas excelentes, hemos hecho barrabasadas, qué le vamos a hacer. Entonces les hago la siguiente reflexión sobre el tema de los valores.
En  mi larga experiencia de nueve años como Comisario de Cooperación al Desarrollo, me enamoré profundamente de África. Pero, ante el asombro de algunos alumnos, sobre todo los que trabajan en las ONG, quizá porque ha quedado de mí una imagen más o menos razonable, les digo: aparte de lo que he contado del mal que hizo Europa, yo he conocido a las dos más malas personas de mi vida. Eran dos negros.  Pues sí, el tío más malo que he visto en mi vida que fue el general Mobutu y era negro. Y el segundo más malo que me he topado en mi vida ha sido el general Mohamed Aidid, de Somalia Los dos negros. Pero el más malo de todos los que vi, fue a Pol Pot en Camboya
¿Qué quiero decir con esto? Que, en orden a la definición de los valores, los europeos hemos hecho cosas buenas y cosas malas. Pero fruto de toda esa reflexión colectiva y detrás de esas normativas de Europa, que no entiende nadie, hay toda una historia que afortunadamente hemos sabido reconducir. Y es ahí donde quería llegar. Hoy, la Unión Europea es un factor de estabilidad sin ninguna duda en el continente. Y porque existía este factor de estabilidad se pudo derribar el Muro de Berlín, y no pasó nada. Si no hubiera existido este invento europeo, probablemente, con toda esta reversión de fronteras que ha habido, nos habría ido mucho peor. 
Aún así, en 1995 descubrimos con estupor que la limpieza étnica no era solo cosa de hutus y tutsis en Ruanda. La limpieza étnica estaba a hora y media de vuelo desde Madrid, a una hora desde Barcelona y a dos horas de París. La limpieza étnica estaba en Bosnia, y ahí si que perdimos una parte de nuestra dignidad. 
Pero aceptando lo bueno y lo malo, creo que el invento europeo merece la pena vivirse en términos de ciudadanía. La gran pregunta ahora es: ¿por dónde tiene que ir Europa, por donde el mundo, por donde la sociedad? ¿Se tiene que construir a través del liderazgo o a través de instituciones?
Está de moda en España oponer ahora dos legitimidades: la legitimidad democrática, el pueblo, y la legitimidad de las instituciones. Voy a expresar mi criterio. 
Paseando por Nueva York con Virgilio Zapatero, rector de la Universidad de Alcalá, antiguo ministro de la Presidencia y profesor de Derecho Constitucional, que fue invitado conmigo a las conferencias a las que aludí antes, llegamos a una conclusión que las dos somos unos enamorados sin control de la democracia representativa. La democracia deliberativa ha dejado de interesarnos. Prefiero la representativa: te voto y si no me gustas, te quito.  
¿Por qué? Jean Monnet, el gran creador del funcionalismo europeo, el ideólogo y fundador de la Unión europea, dijo una frase rotunda: “los hombres pasan, pero las instituciones permanecen”.  Y para una democracia, y para Europa, las instituciones son básicas, fundamentales. Al final de su vida, cuando dejó de ser presidente de la alta autoridad de lo que entonces era la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, dijo esta frase: “nada se puede hacer sin contar con el hombre, pero nada se puede hacer si no existen instituciones respetadas”. Creo que llevaba toda la razón.
Concluyo con una referencia que suele utilizar habitualmente uno de nuestros ponentes constitucionales, Gregorio Peces Barba, al referirse a los elementos fundamentales de la democracia. Me estoy refiriendo al gran maestro de la politología moderna: Norberto Bobbio.
Norberto Bobbio, decía, atención:  “los pactos de la política, por muy importantes que sean, son precarios y coyunturales por definición; la fuerza de la democracia está en sus reglas y en sus instituciones”. Lo voy a repetir: “los pactos de la política son por definición precarios y coyunturales, la fuerza de la democracia está en sus reglas y en sus instituciones”.
Creo firmemente en eso. Más en un país como el nuestro, que es diverso y complejo. Y por definición, un país que es diverso y complejo tiene que tener reglas muy claras e instituciones que funcionen. Gran parte de lo que está pasando es porque desde la política nos saltamos las reglas con una tranquilidad que da miedo y luego tenemos una institucionalidad pública que está sufriendo enormemente. Esto es lo que explica muchas cosas.
Si hubiera reglas claras y nadie se las saltara, y si hubiera instituciones respetadas e impecables, este país funcionaría mucho mejor y nos ahorraríamos muchas querellas inútiles. Esto vale para España pero también para Europa
Creo que es el momento de hacer un debate de gran envergadura pensando en que seguramente hay que volver a las reglas de la democracia, muy perturbadas hoy algunas de ellas, y dotarnos de una institucionalidad pública potente. 
Porque no es solo el Tribunal Constitucional, es que en España no funciona ningún regulador público. El único que queda es el Banco de España. Hoy el Banco de España es una maravilla porque ha anunciado que hemos crecido un modestísimo 0,1%. Pero si anuncia algo ingrato, decimos que es la muerte pelona. Esto no puede ser. Cada uno tiene que hacer su trabajo y si se tiene que anunciar que pintan bastos, pues pintan bastos. Y si se tiene que anunciar que pintan espadas, pintan espadas.
Espero, y ya termino, que se vuelva a la sensatez. Que nos demos cuenta, sobre todo los dos partidos mayoritarios, tengo que decir que uno más que otro, de que hay que intentar recuperar rapidísimamente las reglas de comportamiento de las democracias. Esto es muy importante. Que se sepa respetar a las instituciones y que al frente de las instituciones haya gente impecable que no acepte el mando a distancia que es manejado desde el Gobierno, y yo sé de lo que hablo. Que sepa parar los pies a la oposición, esto también es muy importante. Porque si no, entraremos es una espiral que no va a ayudar a nadie. Creo que me estáis comprendiendo perfectamente. Esto es algo que la ciudadanía debería decir a los dos partidos mayoritarios: hemos llegado a un punto en el que no podemos seguir así.
Hace poco me invitó Jordi Pujol a ser su contrapunto en Esade (Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas), la escuela que va a dirigir Javier Solana. Yo le dije a Pujol ¿por qué no hacemos, honorable, una lista de los rotos, de las goteras que todos hemos creado en el sistema de institucionalidad pública española?
A mí, ese tema, me parece básico, porque en estos 30 años, que son nueve legislaturas, en estas nueve legislaturas, solamente en tres ha habido mayoría absoluta de partidos estatales. Tres. En las otras seis, han gobernado partidos estatales con apoyos de gobierno por legislatura, o con pactos de legislatura, o con pactos puntuales. Entonces, tanta o más responsabilidad tienen los partidos estatales como los partidos nacionalistas en los rotos y en las goteras que existen en el entramado público español. Esto no se puede negar.
De la vida de nuestra democracia, en 30 años, el 30% es responsabilidad absoluta del PSOE y del PP. Hasta ahí llegamos. Pero el otro 70%, cuando menos, es responsabilidad compartida. Esto es innegable.
Si uno empieza a sacar la lista de los rotos y de los descosidos, hay rotos y descosidos que ha hecho el PSOE, públicos y notorios, que no necesito recordar. Rotos y descosidos que ha hecho los PP. Pero algún roto han hecho los nacionalistas, que no necesito citar, pero que está en la memoria de todos. 
Entonces, esto se puede arreglar de dos maneras: con la recriminación permanente y aludiendo al precedente de lo que tú has hecho contra mí y yo contra ti, con lo cual no arreglamos nada, o nos paramos un ratito, nos ponemos a pensar, nos pacificamos y decimos: ¿se puede tener en España una institucionalidad pública que muchas veces responde más a criterios de la democracia cristiana-italiana de los años sesenta con el famoso manual de Cencelli?
¿Sabéis lo que es el manual de Cencelli? Italia destruyó su institucionalidad pública y por eso el modelo italiano se basa en una potentísima sociedad civil. Ellos tienen sus armanis, tienen Fiat… Es una sociedad que va sola. Mientras, los políticos se pelean en el Palacio Chigi, sede del Gobierno. Así se generan los Berlusconi y cosas de esas, gentes muy extravagantes, ¿no?  
Yo no quisiera este modelo para nuestro país. Y voy al manual Cencelli: en los años sesenta, un funcionario de la Democracia Cristiana se inventó ese manual para repartir los cargos públicos según los votos obtenidos por cada partido. Hizo un gráfico de todo el Estado: Congreso, Senado, poder judicial, Consejo de Estado, Consejo Constitucional y puntuaba cada organismo. Los grandes Ministerios, de Exteriores, de Justicia, valían 10. Los ministerios secundarios, 8… Así sucesivamente. Se hacían lotes y se distribuían entre los partidos, según sus resultados electorales. A eso se le llamó la lotizacione. El reparto del poder en lotes.
¿Cuál ha sido el resultado de la aplicación de los lotes en la institucionalidad pública española? No digo más, no digo más, porque eso explica gran cosa de lo que está pasando. Este sistema lo han sufrido otros países y se ha demostrado que el sistema de lotes no es bueno. 
Quiero decir que no hay que dejar a los corporativismos que se expresen. Hay que hacer reglas, hay que respetar las reglas, hay que poner al frente de las instituciones a gente con la suficiente solvencia, serenidad, categoría moral y autoritas para que las Instituciones Públicas, estén al servicio de los ciudadanos, al servicio del Estado
Bueno termino con este punto y esto vale no solo para España. Vale para muchos países europeos. Por ejemplo, si el señor Van Rompuy no es bueno, no se le discute, pero cámbiesele. Pero Europa necesita reglas e instituciones,  porque si no, como dicen en Italia, terminas siendo l’Armata Brancaleone, esa película maravillosa. 
Nosotros diríamos que al estilo del ejército de Pancho Villa
Gracias.
--o--
 
Notas a pie de página
(1) Esa mañana del día 7 de mayo, el periódico EL PAIS titulaba en su primera página: La crisis griega y órdenes erróneas provocan el pánico en Wall Street. Los líderes del Eurogrupo aprueban hoy el rescate a Grecia.
--0--

5 ago 2011

Cartel Mª Antonia Iglesias

Manzanares, 5 de marzo de 2010
Cartel anunciando la conferencia de Mª Antonia Iglesias


Conferencia de Mª Antonia Iglesias

La pasión por informar


Manzanares, 5 de marzo de 2010
Por María Antonia Iglesias.
Buenas noches a todos y muchísimas gracias por estar aquí. Estoy muy contenta de estar en Manzanares, y tengo que ser sincera: no conocía el pueblo, me parece muy bonito. He venido hoy aquí, sobre todo, por una razón: el valor de la amistad, el afecto personal, la fidelidad de las personas a lo largo del tiempo. En este caso, mi amistad con Román Orozco, que podría calificar de entrañable, porque hemos compartido muchos años apasionantes de este país; hemos compartido la vocación profesional, el compromiso político. Creo que esas son afinidades y vivencias que no desaparecen nunca. 
Como el Guadiana, nos vemos, luego no nos vemos, luego nos volvemos a ver, pero siempre tenemos la sensación de que tenemos muchas cosas que decirnos, muchas cosas que compartir. Así que agradezco especialmente a Román, dos cosas: primero, que me haya invitado, pero sobre todo le quiero agradecer, como ciudadana, esta iniciativa que me parece espléndida  y de primera necesidad en este momento: esta Escuela de Ciudadanos. Nos acechan tal cantidad de sombras y de problemas, que si hay un momento oportuno para hacer esta Escuela de Ciudadanos es este momento. 
Es verdad que la democracia española es una democracia sólida, asentada, y es verdad que no hay ningún riesgo de una involución formal, para entendernos, como aquella fecha fatídica del 23-F. Pero hay peligros y riesgos de involución ideológica, de pérdida de valores, de una serie de situaciones que a los ciudadanos democráticos y progresistas nos preocupan profundamente. Por eso creo que esta Escuela de Ciudadanos es muy necesaria. 
Espero, por otro lado, que a la derecha de este país no se le ocurra combatir la Escuela de Ciudadanos como combatió la asignatura Educación para la ciudadanía. Por ejemplo,  con las mismas trampas y los mismos argumentos delirantes del gobierno valenciano que quiso obligar a los chavales a estudiar esa asignatura en inglés. Espero que Román y los que han iniciado esta obra tengan más suerte. Lo importante y lo básico es que tengan el apoyo precisamente de los ciudadanos, de esos alumnos que somos todos y que nos beneficiemos de la experiencia de los demás. 
Pero sobre todo, que nos beneficiemos con la experiencia de compartir unos valores que en estos momentos no es que se estén perdiendo, pero sí se están poniendo en tela de juicio. Muchas veces por nuestra culpa. En este país están alumbrando una serie de fuerzas oscuras, de contravalores disfrazados de solidaridad, teñidas de amarillismo, basadas en el espectáculo del dolor de los demás.
Hace unos días me gané una buena bronca porque me atreví a decir que a mí no me gustan los padres “espectáculo”. Comprendo que son unas pobres víctimas, que han perdido a sus hijos en circunstancias dramáticas, en asesinatos, en crímenes horrendos. Pero cada vez estoy más convencida de que todo eso, en ocasiones, se convierte en un esperpento. 
Por ejemplo, por si acaso necesitaba una demostración para convencerme más, vi en Telecinco una cosa insólita: la madre de Sandra Palo, que cuenta con todo mi dolor y solidaridad, haciendo un debate con Belén Esteban. (Sandra Palo, una joven de Getafe de 22 años, fue violada por cuatro hombres y salvajemente asesinada en 2003).

Cosas así hablan por sí mismas y me dan la razón, por muy difícil que sea. Aunque alguna gente lo entiende retorcidamente: piensan que soy una persona sin sentimientos. Pero yo lo único que hago es decir que aborrezco la manipulación de los sentimientos ajenos,  porque eso no es solidaridad, es simplemente alimentarse del dolor de los demás.
Poco después de ese debate, me paró en la calle una señora y me dijo: “¡hay que ver que mal la tratará la vida, para que hable usted así!”. Yo le contesté: “y usted, señora, ¡cuánto tiene que aburrirse para vivir del dolor de los demás!”. 
Porque, en definitiva, esos debates son terribles espectáculos sórdidos, obscenos, en los que cada día se sorprende uno más. Lo que está sucediendo es que están emergiendo una serie de contravalores que nada tienen que ver con la solidaridad, ni con la humanidad, ni con ningún sentimiento noble, sino con esa carnaza que los medios de comunicación le echan a la gente con la seguridad, desgraciadamente, y esa es nuestra responsabilidad, de que la gente lo va a consumir masivamente. Porque si fueran un fracaso de audiencia, no se harían nunca.
Pero bueno, volvamos al principio. Le agradezco  a Román su cálida presentación y coincido con él en algo que nos une mucho: somos personas privilegiadas que hemos pertenecido, aunque yo sea quizás un poco más mayor que él, a una generación de periodistas  que ha vivido en la época más apasionante de este país, que fue la salida de la dictadura, la transición democrática y los gobiernos sucesivos, el gobierno de Suárez, el de Felipe González… 
En fin, épocas realmente singulares por dos motivos. No solo por la importancia política e histórica de los acontecimientos que vivimos, sino porque, y yo quiero decirlo, no sin cierto pesar, porque vivimos, compartimos una aventura, una ilusión y una pasión más allá del compromiso profesional con una clase política singular, irrepetible diría yo. Una clase política que de una manera milagrosa, y yo no creo en los milagros, pero algo mágico sucedió, que coincidió en el tiempo con la necesidad de que hubiera esa clase política con esa talla, con ese concepto realmente auténtico del patriotismo. Eran verdaderos patriotas, que amaban a su país por encima de cualquier ideología o de cualquier interés de partido y lo demostraron con los hechos.

Los periodistas de aquella época, Román también, por supuesto, en primera fila, tuvimos el privilegio de conocer personalmente a esos dirigentes políticos, de saber separar con dignidad la responsabilidad de informar y al mismo tiempo la complicidad con la apuesta firme por la democracia. Ese fue un aspecto singular, que no todos los periodistas han podido vivir. Por eso, creo que formamos parte de una generación privilegiada, la generación de la transición,
Es verdad también que en este momento pasamos por situaciones complicadas, porque nos hacen la pregunta venenosa, y las comparaciones siempre son odiosas, de si los políticos actuales no tienen esos mismos valores. Es una pregunta muy difícil de resolver. Primero, porque los  relevos generacionales son reversibles, como es lógico. Segundo, como siempre digo, porque el cementerio está lleno de gente imprescindible. Felipe González los llama jarrones chinos. Pero bueno, en cualquier caso, está claro que la clase política en este momento no se puede comparar con aquella, como tampoco se podría comparar la situación. Pero creo que ahora hay una cierta atonía, por decirlo de una manera suave.
Esa atonía, de alguna manera, nos decepciona de vez en cuando a quienes vivimos la política y la profesión de informar con pasión. A pesar de eso, consciente de que es mi obligación y mi devoción, soy una firme y apasionada defensora de la clase política de este país. Porque uno de esos contravalores amarillos a los que me refería antes es esa campaña estúpidamente alimentada por la derecha de desprestigio de la clase política. Estúpida, porque lo que hacen es darse patadas en su propio culo, para ver si así consiguen que tengamos nostalgia del franquismo. Es un juego tan estúpido, tan amarillo, que es evidente. Lo triste es que los políticos del PP no se dan cuenta de que al desprestigiar al conjunto de la clase política se desprestigian a sí mismos. 
Luego están los ejemplos elocuentes de los casos de corrupción que afectan a los políticos, sin olvidar los protagonizados por los socialistas, que me han  dolido especialmente. Soy de las que creen que Felipe González perdió las elecciones generales de 1996 porque quiso perder. Pero, sin embargo, no pudo evitar esa censura de la historia de haber estado ciego durante mucho tiempo sobre el tema de la corrupción de los suyos.
La gente dejó de votar al partido socialista precisamente por eso, no por el GAL ni por otras cosas de letra pequeña debidamente intoxicada y alimentada por algunos medios de comunicación,  sino porque sus simpatizantes no pudieron resistir que los socialistas metieran la mano en la caja. Aunque fueran ocho, parecía que eran 8.000. Fue muy doloroso, porque ese fue el motivo de que Felipe González perdiera las elecciones frente a un personaje tan inane y tan poco apropiado para dirigir este país como el señor Aznar, quien, y en frase de Felipe, “anda por ahí ladrando su rencor por las esquinas”. Es un personaje que no sabe perder, no lo ha digerido. Por ello, pienso que lo que tiene que respirar es un odio necesitado de psiquiatra. Un odio que lo descalifica a sí mismo.
Con respecto a mi compromiso profesional, vuelvo a decir que fui una persona privilegiada, como dice Román. Estudié periodismo con una contradicción: el periodismo no se estudia, el periodismo se vive. Dudo mucho de la eficacia y del sentido de las llamadas Facultades de Ciencias de la Información, no porque yo no haya estado en ellas, por razones generacionales, sino porque si hay algo desconectado de una realidad tan vocacional y tan apasionante como es el periodismo, son las Facultades de Ciencias de la Información, en donde los alumnos se jactan de que no leen periódicos.
Según las encuestas, mucha gente se apunta a esta sagrada vocación de informar porque no les ha llegado la nota para otra cosa, porque no sabían qué hacer, porque su padre le dijo… Lo cual me irrita profundamente. El panorama no puede ser  más penoso. Para más inri, el nivel pedagógico en esas Facultades es infame. No hay una mínima conexión con la realidad profesional. 
Además, y de esto no culpo a los estudiantes, sino al sistema, cuando esos chicos salen licenciados, convencidos de que son periodistas, se encuentran abocados a un mercado laboral prostituido, mal pagado y con el convencimiento de que si reniegan de un sueldo miserable hay veinte detrás que están dispuestos a trabajar por la mitad. Eso también prostituye la información y la verdad es que no es culpa de los interesados. 
Pero volviendo al tema: si hay algo que me marcó en la vida, como decía Román, fue esa vieja escuela del diario Informaciones, donde aprendimos periodismo de verdad. Yo hice lo que me mandaban, desde sucesos, hasta leer periódicos de provincias. Recuerdo el día que llegué al periódico, de novata total. Como Jesús Hermida, que trabajaba allí, no sabía qué mandarme, me puso a leer periódicos de provincias. ¡Me tuvo una mañana entera leyendo periódicos de provincias, hasta que reparó en mí! Entonces me preguntó: “¿qué haces ahí?”. Le respondí: “pues leer periódicos de provincias”. El tío se mondaba de la risa, porque, claro, era una broma que yo cumplí al pie de la letra. Entonces trabajaba muchísimas horas. Recuerdo mis primeras nueve mil pesetas de sueldo: me parecían una fortuna. Es verdad, tuve el privilegio de trabajar en algo que me apasionaba. 
He pasado años de mi vida trabajando hasta quince horas, durmiendo poquísimo. Porque además, en aquella época, y Román también lo sabe, muchos periodistas compartíamos o compaginábamos la tarea profesional, casi siempre desde el periodismo político, con el compromiso expresamente personal con un partido político en la clandestinidad. O sea, que nos pasábamos la vida todos juntos, conspirábamos juntos, trabajábamos juntos, íbamos al cine juntos y al final éramos como una gran familia donde realmente las cosas funcionaban. 
En Informaciones aprendí muchísimo. Sobre todo aprendí lo que es el oficio de informar. Por eso me chirría cierta pretensión académica de un oficio que no se aprende más que practicándolo. Acabé abandonando la escuela de periodismo y luego me examiné por libre, porque lo que realmente me apasionaba era el periódico. 

Me acuerdo una vez que, por una fechoría que hicimos unos cuantos rojos, mandaron una carta al director para que readmitiera a un despedido, pues habíamos hecho una huelga en el periódico. Y, cosas de aquella época, me castigaron con lo peor que me podían castigar: dejarme sin trabajar. Pero se equivocaron, porque me mandaron al archivo, donde descubrí una cosa apasionante: el archivo del diario “Informaciones”. Un periódico, por cierto, que todavía no ha dado la noticia de que  Hitler perdió la guerra. Porque en esas fechas era un periódico absolutamente pro nazi y los dueños no estaban por la labor de explicar lo que había pasado. Realmente, el archivo de Informaciones era un tesoro, una joya, ¿o no?
Hasta que mi jefe, y luego explicaré quién era, al cual le tengo mucho cariño y respeto y ningún rencor, cuando llegó a conocerme bien y a darse de cuenta de que en el archivo yo estaba disfrutando, como decía mi abuela, igual que un burro en un patatal, y vio que no me sentía castigada, me castigó de verdad a lo peor que me podían castigar: no trabajar. Estuve cinco meses yendo al periódico todos los días y preguntando: “¿qué hago?”, y me respondía, “tú, nada, siéntate ahí y ya te diremos algo”.
Si hay un suplicio para un periodista vocacional, es ese castigo. El castigo me lo pusieron porque mi jefe me preguntó cuál era la fuente de una información que había hecho. Creo que era una de las primeras veces que un jefe le preguntaba eso a un periodista. Yo, ingenua de mí, dije: la fuente es secreta. ¡Para que dije aquello! Me gané las iras de la jefatura. Me buscaron muchas vueltas por eso. 
Este señor se llama Juan Luis Cebrián. Hoy ocupa un puesto de enorme responsabilidad en el Grupo Prisa. Creo que es un excelente profesional, de los mejores periodistas de este país, y con él he aprendido muchas cosas y le estoy muy agradecida. Pero bueno, de vez en cuando me hace gracia recordar estas cosas… 
En Informaciones además tuvimos la suerte, quienes manteníamos un compromiso político con la izquierda, en este caso del Partido Comunista (PCE), de hacer un poco de padrinos de todo aquel que pasaba por la redacción con aquellas cartas de “los abajo firmantes”. Eran del Colegio de arquitectos, del de Filosofía, de no sé qué. Todos los rojos que tenían algo que mover acudían al periódico a ver si les publicábamos un trocito de su carta. Yo tenía la suerte de que me encomendaron mucha tarea de ese tipo y luchaba a brazo partido para que esas cartas tuvieran un espacio en el periódico que a lo mejor no le correspondía.
También hubo una escuela realmente inolvidable en ese periódico para aprender a escribir entre líneas, porque no se podía escribir con libertad. Aprendimos el truco, que Román conoce también, de decir una cosa negándola. Era un truco brillante y que el que quería entender, entendería. Al final, conseguí cierta maestría, porque había veces que creía que mis crónicas no se iban a publicar y se publicaban. Quizá porque el director Jesús de la Serna, que no era un liberal, era una persona bastante arriesgada, sino porque realmente unos cuantos habíamos adquirido esa habilidad de escribir entre líneas y saltarnos la censura. Por todo ello, aparte de las dificultades económicas del periódico, el Informaciones estuvo un poco al borde del precipicio por razones políticas.
Informaciones fue el primer periódico que publicó la primera rueda de prensa clandestina de Santiago Carrillo en Madrid, a finales de 1976. Yo asistí a ella sin saber siquiera que iba a estar Carrillo. Era tan clandestina que ni los militantes lo sabíamos y por eso se pudo hacer. Entonces, los periódicos tenían que mandar las galeradas (pruebas de imprenta) al departamento de censura del Ministerio de Información, dirigido por Fraga Iribarne. Informaciones se arriesgó y publicó la rueda de prensa en una última hora en la contraportada del periódico.  
Otro hecho también muy sintomático de aquellos tiempos fue la elección como presidente de la Conferencia Episcopal de un cardenal que dio bastante que hablar posteriormente:  el cardenal Enrique Tarancón. Aquellas crónicas parecían crónicas subversivas. Escribiendo de la iglesia de entonces, parecía que uno estaba de alguna manera erosionando los cimientos del Régimen. Aquella iglesia de la transición se comprometió de una manera clara con la democracia. Una iglesia y un compromiso muy diferente al de ahora.
En aquel tiempo, como me fascinaba el periodismo escrito, llegué a pensar que no había más periodismo que el periodismo escrito. Desde mi  inconsciencia o mi soberbia profesional despreciaba a los periodistas de televisión. Me parecía que donde hay una buena crónica escrita, que se quite lo demás. 
Pero la vida da tantas vueltas que acabé en la televisión. Primero de redactora. Recuerdo  la primera vez que tuve que ir a ver a Fraga, con quien yo tenía mucha amistad, a pesar de su carácter. Le dije que tenía un minuto para hablar. El bufido que me pegó, ni te cuento. Al final comprendí, y él también, que en un  minuto se pueden decir muchas cosas, siempre que se tengan cosas que decir. 
Aprendí muchísimo como redactora. Aprendí y, al mismo tiempo, aunque sea un poco vanidoso, enseñamos. Llegamos a TVE una generación de gente rara, contratada por José María Calviño, que quería hacer un cambio real en la tele. 
Calviño nos fichó en un acto de coraje, saltándose a la torera todas las normas, a un montón de periodistas que estábamos acostumbrados a trabajar en la calle, a buscar información propia. Imaginaos lo que significó en aquella televisión, en la que se trabajaba con los teletipos y la gente no se movía del asiento ni para un remedio, la irrupción de aquella generación de periodistas rompiendo moldes, buscándose la vida, buscando información propia y llenando los telediarios de noticias. Como decía yo, actuando como  si fuéramos periodistas. Realmente aquello marcó la televisión estatal.
Pero la televisión me ha marcado muchísimo a mí también. Nunca he disfrutado en mi vida más que como directora del programa Informe Semanal. La dirección de informativos también me proporcionó mucha experiencia y el privilegio de dirigir un equipo importantísimo de gente. 
Pero profesionalmente, nunca olvidaré lo que he disfrutado haciendo los reportajes de Suárez, de Felipe… Me gustaba trabajar con las manos. Me acuerdo cuando era directora de informativos recién llegada. Seguía teniendo esa ansiedad de trabajar al pie de la noticia. Absurdamente, el despacho del director de informativos estaba en la planta quinta y la redacción estaba en la planta primera. No entendía absolutamente nada. 
Por lo visto era una cuestión de escalafón, de jerarquía, de distanciar a la masa de periodistas del jefe. Decidí instalarme en un despacho en la primera planta. Me parecía absurdo estar cuatro pisos más arriba. Siempre tuve la tentación de bajar a hacer información, de ayudar a la gente, de dar fuentes. Hasta que un buen día me encontré haciendo algo que algunos consideraron ¡delito de lesa patria!: ayudar a una persona que quería hacer una información sobre la crisis del partido socialista. 
Un día, bajé a la redacción para ayudar a una redactora. Le pasé teléfonos de mis contactos y como aquella chica no sabía por dónde empezar, le dije: “venga, vamos a escribir juntas”. Noté que alrededor de mí se hacía un silencio profundo. Yo me preguntaba: “¿qué estaré haciendo?, ¿qué pasa?”.  ¡Claro, era la viva imagen de la manipulación! La directora de informativos que se atreve, no solo a bajar a la redacción, sino a ayudar a una redactora y a escribir con su puño y letra lo que pasa con Rubalcaba, con los renovadores y no sé qué más. Pero lo hice limpiamente y lo volvería a hacer siempre. La gente que me conoce sabía que desde que era una currita, y luego cuando llegué a jefa, lo que había en mí era una pasión profesional desbordada y unas ganas de no perder agilidad en el oficio. 

Recuerdo mis peleas con los compañeros de Comisiones Obreras cuando cada dos por tres me hacían asambleas. Durante una de las huelgas generales contra el Gobierno de Felipe, la noche previa me quedé a dormir en el despacho porque sabía que si salía, los piquetes no me dejarían entrar. Por la mañana, muy tempranito, escuché gritos. Me preguntaba: “¿qué gritarán?”. No los oía bien. Lo que me decían era: “no nos mires, tírate”. De alguna manera, ese grito estaba lleno de cordialidad y de cariño, porque era gente que me conocía, pero no podía ser más elocuente, porque de alguna forma yo era la traidora, la esquirola, en fin, la manipuladora.
Sobre las acusaciones de manipulación de aquella época, aquello de que yo era una especie de lacayo del felipismo, tengo que decir que me quedé corta y que me arrepiento.

Reconozco que me dejé presionar por la presión del ambiente. Porque parecía que la única manera de legitimarse en la profesión entonces era levantarme todas las mañanas y darle una hostia a Felipe, con perdón. Si no, no era independiente. Si, reconozco que me dejé presionar y que realmente íbamos en el minutado por el minuto veinte y seguíamos hablando de la corrupción. Un día dije medio en broma que íbamos a terminar poniendo un set en la Audiencia Nacional, porque salía muy caro desplazarse todos los días para lo mismo. 
Aquello fue terrible. Pero hicimos una información decente, que está ahí, para que se pueda comparar con otras. Nuestra información no resiste el más mínimo ataque. Pero me arrepiento de haber desmedido la información y dar la imagen de que este país ardía por los cuatro costados, cosa que era absolutamente falsa. Lo único que pasaba es que los socialistas estaban perdiendo por corruptos, que ya es bastante. Pero nada más. No se hundía ningún barco, ni se perdía nada esencial de este país, con la única excepción del trabajo sucio que hizo la derecha, y concretamente el señor Aznar, que estuvo dispuesto a llevarse por delante lo que fuera, incluida la lucha antiterrorista. 
Me acuerdo que José Luis Corcuera, ministro del Interior. Corcuera fue a presentarle sus  respetos cuando le eligieron nuevo secretario general del PP, y Aznar le dijo: “quiero que sepa que para llegar a la Moncloa voy a pasar por encima de todo”. Corcuera, que era un tío bruto y directo le contestó: “Hombre, todo, todo… Supongo que el tema antiterrorista...”. Aznar replicó: “cuando digo todo, digo todo”. Aznar, en efecto, lo dijo y lo hizo. Ahí están sus hazañas bélicas.
En cualquier caso, hay un pecado que a mí no se me perdona y del que me siento profundamente orgullosa, y siempre que tengo ocasión lo digo. Yo resistí la oleada del antifelipismo militante, sobre todo frente a un medio de comunicación, El Mundo, y a un personaje llamado Pedro J. Ramírez, que decidió someterme a una presión, él creía que insoportable, para que yo accediera a sus manejos. 
Buena parte de la redacción de TVE se sentía afligida y hubo algunos redactores que me propusieron abrir el telediario, algún día, con la portada de El Mundo. ¿Por qué había que hacer eso? ¿Porque lo dice El Mundo?, les preguntaba. Y añadía que publicaríamos aquellas informaciones de El Mundo siempre que acudieran a la persona atacada para darle la oportunidad de que se defendiera. Realmente, aquella presión fue insoportable. ¡Había una página de televisión diaria dedicada a mi persona! Según El Mundo, todos los días me había comido un niño crudo, por lo menos. Fue muy duro.
Pero me ha quedado el orgullo y la satisfacción de resistir esa oleada absolutamente venenosa  de antifelipismo furibundo, simplemente porque esa era la moda entonces. Muchos periodistas cambiaron de posición en cuanto vieron que las cosas se torcían para el PSOE. Lo único que yo hice fue resistir. Nunca manipulé, nunca oculté nada. Pero no me dejé presionar por esa ola perversa y estúpida y profundamente injusta, cuyo único objetivo, que felizmente no consiguieron, era llevar a Felipe a los tribunales y luego meterlo en la cárcel. 
Pero tengo que decir también que disfruté muchísimo. Soy una persona muy mandona. Eso de mandar me encanta. Tener a tu lado a una gente tan preparada, tan brillante, tan leal. Tengo que decir he tenido suerte. La cantidad de gente que ha trabajado horas y horas, por la noche, gratis, para sacar adelante un programa especial, un Informe Semanal, una entrevista con Suárez… Gente que disfrutaba conmigo, que nos sentábamos en las cabinas de montaje hasta las cuatro de la mañana. Es algo que van mucho más allá de lo que es el deber profesional. Existe una fraternidad, una complicidad que se trenzó entonces y que todavía no se ha perdido. Me llevo muy bien con esa gente, y aunque no soy muy amiga de la nostalgia, la verdad es que esa complicidad es lo único que echo de menos. 
Luego, como decía Román, y como suele suceder, cuando el PSOE perdió las elecciones lo lógico y natural es que nos fuéramos los rojos y que llegaran los nacionales. Nada que objetar. Es ley de vida. Lo que me molestó un poquito, y lo del “poquito” lo pongo entrecomillas, es que mi sustituto, Ernesto Sáenz de Buruaga, dijo que él iba a ganar cuatro veces más dinero que yo, porque él estaba en el mercado y yo no. Aparte de ser una desvergüenza, porque efectivamente cobraba cuatro veces más que yo, fue una agresión verdaderamente estúpida e injusta. 
Yo le hice solo dos ruegos a Sáenz de Buruaga cuando me despedí, en una ceremonia absolutamente versallesca: primero, que cuidara Informe Semanal. Hizo todo lo contrario: lo desguarneció a los dos días, quitó los equipos de cámaras, porque él lo llamaba la bombonera de los rojos. La segunda cosa, es que tuviera mucho cuidado a la hora de tocar los pluses, pues la mitad del sueldo de la gente en televisión va en los pluses y en la categoría profesional. Pues bien, se lo pasó todo por el arco del triunfo. 
Tuve otra vez la gran suerte, porque creo que soy una periodista vocacional, de verme obligada a recoger mis cajas, levantar las cosas de mi despacho y marcharme a mi casa y a la calle a buscar trabajo. Fue todo un reto. Yo tenía ya cuarenta y tantos años, pero esa situación me enriqueció profundamente. Me volvió a reconciliar con mi oficio. Me dio la seguridad, aunque parezca una inmodestia, de pensar que no había perdido facultades. 
La verdad es que tuve también la suerte de que el periódico El País me diera la oportunidad de hacer entrevistas especiales. Disfruté, como decía aquel, como un burro en un patatal, porque a mí me gusta  escuchar, me gusta aprender, sobre todo de los políticos, que son gente tan injustamente difamada.
Preguntar para aprender, sin mala uva, sino simplemente para conocer al personaje, aunque sea poniéndole en un aprieto. Salvo alguna excepción, es muy raro que un político, sea de derechas, de izquierdas, o medio pensionista, no reaccione con sabiduría e inteligencia. 
Me jacto de ser defensora de la clase política. Por ello, creo que la campaña de desprestigio que hay ahora mismo es brutal y muy peligrosa. Además de injusta. Detrás de esa campaña hay un deseo mal ocultado de involución, de desprestigio del sistema democrático. Además, no les importa llevarse por delante a gente honorable, que no se enriquece con sueldos millonarios y que trabaja muchísimas veces hasta las once de la noche. 
Se hace además una crítica muy infundada. Un día, una señora llamó a una emisora de radio para quejarse de que en el hemiciclo del Congreso había pocos diputados. Se le respondió que muchos estaban trabajando en las comisiones. “¿Y eso qué es?”, preguntó. O sea, al desconocimiento profundo se añade ahora esa moda, como a la gente le va mal, de echarle la culpa a los políticos. Que si se lo llevan crudo, que si son todos unos corruptos. Eso es letal. 

Me pregunto si no es casualidad, y creo que no lo es, que coincidan en el tiempo la crisis, que lo envicia todo, y esa campaña de desprestigio de la clase política. Esa moda de algunos periodistas de jugar al pim, pam, pum con los políticos, en la convicción y la seguridad de que nadie les va a pedir cuentas. Salvo Alberto Ruiz-Gallardón y José Antonio Zarzalejos, ex director de Abc, que se han atrevido a querellarse contra la Cope, los demás tragan, los pobres, porque tienen un miedo cerval a esos periodistas que gozan de una absoluta impunidad.
Los periodistas disparamos contra todo lo que se mueve y juzgamos a todo el mundo. Nunca he sido corporativista, defecto de esta profesión, como en cualquier otra, y por ello me pregunto: ¿quién nos juzga a nosotros?, ¿quién nos pide cuentas por tantas cosas falsas que decimos y que después se las lleva el viento?, ¿quién nos reclama por tantas calumnias, por tantas frivolidades, por ese afán de hablar de todo?
Recuerdo que tras el atentado terrorista del 11-M, los periodistas parecíamos licenciados en Ciencias Químicas. Todos sabían cómo se llamaba el explosivo. Yo me decía, qué rara debo ser, porque la verdad es que no tengo ni idea. Pero ahí veías a la gente echando la lengua a pastar, diciendo unas cosas… Realmente fue tremendo. Puede llegar incluso a ser cómico el ejemplo de la vanidad estúpida de algunos tertulianos. No deja de ser una cosa divertida. Pero cuando se juega con el honor de las personas, cuando se juega con la dignidad de la gente, que tiene familias a las cuales dar cuenta, oír las cosas que se oyen por la radio, da verdadera vergüenza.
Nunca olvidaré lo terrible que fue aquella historia de un periodista, que ya se murió, murió en un accidente. Era un periodista de la Cope. No me acuerdo de su nombre, ni me quiero acordar tampoco. Tenía una lengua tan venenosa que un día soltó por la Cope que Rosa Conde era la Mónica Lewinsky del gobierno de Felipe
Esas cosas quedan como ejemplo de esa irresponsabilidad, yo diría que criminal e impune, como un ejemplo de chulería, de prepotencia con la que algunos periodistas manejaban el oficio. 
Si uno le pregunta a la pobre Rosa Conde (ministra portavoz en un Gobierno de Felipe González) o a la víctima de turno de esas infamias que por qué no se querella, por lo civil o por lo militar o por lo que sea, te responden que es peor. Que se pueden encontrar con un juez, como me pasó a mí, en este caso una juez, que le de la razón al periodista. Un juez que diga que como es una persona pública, como me dijeron a mí, pues que hay que aguantar la crítica. 
Les voy a recordar mi caso. Un día, Luis del Olmo dijo en la radio, cuando todavía no éramos amigos, que ahora lo somos, porque afortunadamente la vida da muchas vueltas, que yo era la rata sectaria del guerrismo. Yo me hice esta composición: si me querello y me dan 500.000 pesetas por lo de sectaria, vale. Lo de guerrismo, yo que he sido siempre felipista, me jode. Pero lo de rata, lo de rata ya no lo aguanto.
Entonces, caí en la trampa estúpida de  una serie de abogados amigos míos, entre ellos el que fuera ministro de Justicia, Juan Alberto Belloch, que me decía: “te tienes que querellar” y no sé qué más. Me querellé y perdí. Porque la juez dijo que yo era una mujer pública, que no sé lo que querría decir, y que tendría que estar sometida a la crítica. De modo que, a partir de aquella sentencia, yo era una rata sectaria del guerrismo por decisión judicial. 
Afortunadamente, la vida da muchas vueltas y cuando escribí mi libro La memoria recuperada: lo que nunca han contado Felipe González y los dirigentes socialistas, Luis del Olmo me hizo una entrevista espléndida. La verdad es que conectamos y a pesar de las diferencias ideológicas tremendas, nos tenemos mucho afecto. Luis presentó también mi libro de entrevistas, Cuerpo a cuerpo: cómo son y cómo piensan los políticos  españoles. En fin, Luis ha demostrado ser una persona capaz de evolucionar y de ser más abierto. 
Pero realmente aquello fue tremendo, porque, además, todos los días me mandaban un montón de cintas con las barbaridades que decían de mi persona. Me acuerdo también de un artículo que escribió Jaime Capmany, una persona que escribía de puta madre, lo que no tiene nada que ver con fuera un cabrón, que se llamaba La albóndiga. Ese era el saludo a mi nombramiento como directora de informativos de RTVE. De nuevo los amigos me recomendaban que me querellara. Yo les decía: “no me querello más; que me llamen lo que les salga de las narices”. 
A Capmany no se le ocurrió mejor argumento que decir “es bajita y arrugada como una albóndiga”. La verdad es que no podía soportar, desde su machismo falangista, que hubiera una mujer sentada en la dirección de los informativos de Televisión Española. No lo podía digerir. 
En resumen, en televisión española mandé mucho, disfruté muchísimo, conocí gente espléndida y sobre todo tuve la ocasión de reparar un gran error profesional: haber despreciado la televisión, porque yo venía del medio escrito. Ahora, soy de las  convencidas de que realmente la fuerza de la imagen es incomparable. Si además tienes la suerte de contar con cierta capacidad de convocatoria y de conectar con la gente importante de este país y hacerles hablar de verdad, como en la entrevista que le hice a Adolfo Suárez, hace ya muchos años, pues la verdad es que me siento una persona privilegiada.
Como saben, ahora intervengo en un medio mediático, como decía aquel, muy influyente por cierto, que es La Noria. Un programa que todo el mundo dice que no ve, aunque en realidad todo el mundo lo ve, sobre todo, los debates de La Noria
Por ello, ahora intento devolver todo ese privilegio que he recibido, de mi vocación saciada y cumplida, de conocer a gente como Román, y de vivir un compromiso político apasionante. Intento, a mi manera, muy vehemente y muy gritona, trasladarle a la gente, modestamente, mis valores. Que son los valores de la democracia, de la verdad, de la crítica objetiva, saludable, no amarilla, pero sí verdadera. Intento, como hace esta Escuela  de ciudadanos, educar a la gente en los valores de ciudadanía, que ahora son tan escasos. 
Unos valores que están siendo sustituidos por los contravalores del amarillismo, como decía al  principio de mi charla, de la utilización de los sentimientos, de la explotación de las bajas pasiones, y nunca mejor dicho lo de bajas pasiones, todo por una miserable ración de audiencia.
Vuelvo al comienzo de esta charla: el debate entre la madre de Sandra Palo y Belén Esteban. He de decirles que tengo buena amistad con Belén Esteban. Es una persona más digna de compasión que de otra cosa, que está enferma y que tiene muchos problemas. Pero aquel debate me pareció el espectáculo más obsceno que se pueda dar. Eso significa que me enfrento con lo políticamente correcto. 
Igual que cuando denuncio, sin dejar de valorar sus méritos, a Jesús Neira (agredido en 2008 en Majadahonda por salir en defensa de una mujer que estaba siendo maltratada en plena calle). Neira intentaba rentabilizar una negligencia médica que él había denunciado, cuando fue atendido tras la agresión sufrida. Ahora, este señor se ha pasado a la derecha o a la extrema derecha, y va diciendo por ahí cosas tan bonitas como que Zapatero es un mierda y que Felipe González es un imbécil. También pide cadena perpetua para el señor que lo agredió. 
Y como la ciudadanía está enganchándose al discurso del ojo por ojo y diente por diente, de la venganza, del ajuste de cuentas, de la cadena perpetua, o incluso, como he leído en algunas pancartas desde mi casa, de la pena de muerte, es muy importante lo que hacéis aquí, en esta Escuela de Ciudadanos
Falta esa educación en valores cívicos, en valores democráticos. Una educación que se está perdiendo, quizá porque han emergido otros contravalores, como el éxito fácil. Si hay algo que me pone enferma, es el espectáculo del Gran Hermano. Lo pongas cuando lo pongas, siempre hay tíos en la cama, sin trabajar. Esa pedagogía es letal. Porque la gente joven dirá: “¿para qué coño voy a trabajar yo? Me apunto a Gran Hermano y me solucionan la vida, me sacan en la tele, me forro, y ya está”. 
No sé lo que pensará Román, pero como yo soy pesimista y por eso soy tan vehemente, creo que los demócratas estamos perdiendo esta batalla de los valores cívicos. Quizá tenemos una democracia formal muy garantista, con unas leyes muy bien hechas, con una justicia que, a pesar de todo, funciona, pero luego la sociedad, por debajo, se está deteriorando de una manera muy peligrosa. Por ello, creo que hay que hacer llamamientos como el que yo modestamente quiero hacer desde esta tribuna esta noche, de poner otra vez en valor los valores democráticos, los valores de la ciudadanía, el no dejarse suplantar por esos poderes paralelos de gente agarrada a una pancarta diciendo no se qué y hablando en nombre del pueblo.
María Ávila entrevista a María Antonia Iglesias
El pueblo en este país vota cada cuatro años. Lo demás son cosas muy dignas o no, según quien las maneje, pero que no tienen nada que ver con la democracia. 
Además está el triste espectáculo de la derecha, que lejos de contribuir a hacer esa educación para la ciudadanía, intenta sacar esa asignatura de las escuelas. El otro día escuché al señor Arenas decir que la clase política tenía que seguir los pasos de la sociedad. Yo me dije: “eso es pura demagogia, porque es todo lo contrario”. 
La clase política tiene la responsabilidad de conducir en valores democráticos y de convivencia a la sociedad, porque la sociedad, como la dejes por libre, se tira por un barranco. Estas son cosas difíciles de decir, mucho más difícil ahora en tiempos de crisis y cuando el deporte nacional es darle leña al mono, hasta que hable inglés Zapatero.
Estamos ante una situación absolutamente disparatada. Porque, como dije al principio,  enfrente no hay nada. Solo el abismo, el vacío, una gente desaprensiva que no tiene alternativas. Bueno, las tiene, pero no las quiere decir en voz alta. Solo lo ha dicho el presidente  de la CEOE: quiere contratos sin derecho a desempleo. 
Esa derecha que está ahí, simplemente esperando gobernar sobre los escombros de este país. Una derecha que no está dispuesto a darle ni agua a Zapatero. También es verdad, y no puedo desdecirme de mi condición de felipista convicta y confesa, que echo mucho de menos que se ejerza desde la presidencia del Gobierno la capacidad de decidir, y de no esperar a que se lo arregle todo un pacto, una componenda, o un apaño. Gobernar es decidir
Gracias y buenas noches.