¿Alguien duda a estas alturas que el canon sobre el que enseñamos es occidental, eurocéntrico, blanco, cristiano, masculino, urbano?
A la imposibilidad que muchas mujeres tuvieron de publicar durante siglos se sumó la invisibilidad de aquellas que sí lo consiguieron, con sus nombres verdaderos o con nombres masculinos fingidos
Blas Villalta recuerda a algunas de las escritoras que consiguieron sobresalir en un mundo de hombres, ante el encuentro entre Berna González Harbour y Nuria Barrios
Por Blas Villalta (*)
La historia de la literatura, como todas las ciencias y
letras, es enseñada siguiendo un canon. El canon va moldeándose al ritmo que se
mueve la sociedad, la política, la cultura. Y el canon, como el idioma, no lo
dispone un grupo de personas por decreto: se hace con idas y venidas, se
modifica, se consolida. Y también se discute, se cuestiona, se golpea, se
deshace o se rehace por las mismas corrientes humanas que modelan la cultura.
En nuestro sistema
educativo español, como en los diferentes sistemas de nuestro entorno,
estudiamos y enseñamos siguiendo un canon configurado por la historia política
y social de nuestro país, por el desarrollo de nuestro o nuestros idiomas, por
la evolución de las demandas de grupos sociales, por las posibilidades de
consumo y acceso a productos culturales, por tantas cosas...
En el ámbito de las
humanidades, como también ocurre en la historia y la divulgación científica,
nuestros libros de texto están poblados de nombres masculinos en una proporción
que hoy podríamos denominar exagerada. Son filósofos varones todos o casi todos
los que llenan los capítulos de los manuales de filosofía. Son varones los
prohombres y los héroes y los malvados que llenan las páginas de los libros de
historia. Los que explican las leyes y movimientos económicos. Son varones
también las figuras de la historia de la literatura que estudiamos en nuestros
manuales de literatura. Y hemos llegado hasta aquí, qué duda cabe, por multitud
de condicionamientos culturales que han moldeado una cultura en la que, en el ámbito
de lo público, en la dicotomía entre lo masculino y lo femenino, la autoridad
recaía siempre en lo masculino.
Pero esto no es
exclusivo de las humanidades, ni de la cultura, ni de la política. Aún a día de
hoy podemos echar un vistazo a la atención mediática que los informativos o
programas de televisión o radio dedican a los deportes masculinos, y en
concreto al fútbol masculino, en comparación con estos mismos deportes
practicados por mujeres. No hay más que pensar en el tratamiento lingüístico del
asunto: la mayoría de los medios, cuando hablan de este deporte practicado por
mujeres, suelen decir “fútbol femenino”, pero se siguen refiriendo al “fútbol
masculino” con el nombre genérico, “fútbol”, en un esfuerzo quizás inconsciente
de separar lo accesorio de lo que siguen considerando justo y verdadero.
¿Existe la
literatura femenina?
¿Existe la
literatura femenina? ¿Existe la literatura escrita por mujeres? ¿Tienen los
textos escritos por mujeres, independientemente de la lengua y las
circunstancias en que han sido escritos, unos patrones comunes que los
convierten en un género distinto a la literatura escrita por hombres? ¿Acaso
hay unos temas propiamente femeninos? ¿Existe, pues, la literatura masculina?
¿Responden las obras literarias escritas por hombres a un arquetipo que, por
encima del género, los asuntos y el estilo, las cataloguen automáticamente como
literatura masculina?
¿Cuántos de
nosotros, enseñantes o intelectuales varones, nos hemos hecho estas preguntas?
Y más aún: ¿cuántos de nosotros, varones, nos hemos hecho estas preguntas como
mujeres, es decir, intentando entender el punto de vista que puede tener
cualquier mujer, contemporánea nuestra, o alumna nuestra, a propósito del canon
que se enseña?
La problemática, en
un contexto posmoderno, es más amplia: ¿alguien duda a estas alturas que el
canon sobre el que enseñamos es occidental, eurocéntrico, blanco, cristiano,
masculino, urbano? Casi todo lo que escapa de ahí lo hemos ido orillando,
considerándolo exótico, lateral, de género. ¿Es Juan Rulfo un autor
imprescindible en la historia de la literatura española o es un autor de la
literatura nacional de México? ¿Pertenecen de pleno derecho los exiliados de la
guerra civil española, como Max Aub o Ramón J. Sender, a la
historia de la literatura de España? ¿Entran dentro de este lote los autores
medievales de la Península que escribieron en árabe o hebreo? ¿Es la literatura
escrita en catalán parte de la historia de la literatura española?
La literatura
escrita por mujeres, sea en la Edad Media o en el siglo XX, ha pertenecido a
esta parte lateral, externa, del canon. A la imposibilidad material que muchas
mujeres tuvieron de publicar durante siglos se sumó siempre la invisibilidad de
aquellas que sí lo consiguieron, ya fuera con sus nombres verdaderos o con
nombres masculinos fingidos.
A la hora de
estudiar los procesos históricos, las corrientes filosóficas, las obras
artísticas o literarias, estos nombres de mujeres que contra viento y marea
consiguieron levantar sus voces, también han sido silenciados. Hoy en día nos
corresponde hacer un esfuerzo múltiple: primero, por explicar este fenómeno
cultural que ha neutralizado las posibilidades de que al menos la mitad visible
de la población se exprese; y segundo, por airear los logros de las que sí
pudieron hacerlo y cuyos nombres fueron arrinconados, apartados de la historia
oficial y del reconocimiento.
Este esfuerzo se
está haciendo en el ámbito de la ciencia, donde se están reconociendo
póstumamente las aportaciones de muchas científicas cuyos trabajos fueron
despreciados o por cuyos méritos fueron reconocidos sus colegas varones.
También en la política, también en el arte, también en las literaturas de
cualquier lengua. Un ya viejo debate es la pertinencia de las cuotas para hacer
por fuerza visible lo que había sido invisible, para ofrecer verdaderos modelos
a las generaciones de mujeres que vienen, para normalizar poco a poco un
discurso púbico más social y más igualitario. En cualquier caso, parece seguro
que en las voces feministas de los siglos XIX, XX y XXI, sean estas voces de
mujeres o de hombres, resuena definitivamente el sentido de los versos griegos
de Safo de Lesbos hace 2600 años: “Os aseguro que en el futuro alguien
se acordará de nosotras” ...
Escritoras imprescindibles
En la literatura
escrita en español, y sin que sirva de exposición con carácter exhaustivo,
podemos hacer un repaso por nombres imprescindibles de mujeres que han ayudado
a configurar el canon, que han participado y conseguido descollar a pesar de
todo, y cuya presencia en nuestros libros de texto y en el discurso público se
hace hoy más que nunca necesaria. Sirva este repaso como modesta reivindicación
de esta parte inexcusable de la literatura hispana:
En nuestra
literatura resuenan desde muy temprano, desde la lejana noche medieval, las
voces poéticas femeninas de las cantigas de amigo galaico-portuguesas o de las
jarchas compuestas en mozárabe. Canciones o fragmentos de canciones populares
en las que la voz de una muchacha se lamenta por la ausencia del amado, y que
nos han llegado anónimas.
Una de las cimas de
la poesía hispanoárabe es Wallâda ben Al-Mustakfi, cordobesa, andalusí
del siglo XI, intelectual, mujer independiente:
Sobre el hombro derecho llevaba escrito este verso:
Estoy hecha, por Dios, para la gloria,
y camino, orgullosa, por mi propio camino.
Y sobre el izquierdo:
Doy poder a mi amante sobre mi mejilla
y mis besos ofrezco a quien los desea.
En el siglo XVI,
junto a San Juan de la Cruz, el gran exponente de la literatura mística
cristiana es Santa Teresa de Jesús, reformadora carmelita, fundadora de
conventos enfrentada a las autoridades religiosas, que supo expresar emociones
íntimas espirituales, vivencias místicas intensas, con un tono coloquial,
afectivo y directo.
No faltan obras de
altura escritas por mujeres en nuestro siglo de oro: María de Zayas,
poeta y autora de novelas eróticas, elogiada ya en su tiempo por Lope de
Vega; Ana Caro Mallén de Soto y Feliciana Enríquez de Guzmán,
autoras de comedias; o también en el siglo XVII la poeta Sor Juana Inés de
la Cruz, novohispana, mexicana, erudita y escritora prolífica que además
denunció la discriminación a la que en la época era sometida la mujer, como en
el poema que comienza:
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
A lo largo del
siglo XIX, como en otras literaturas europeas, el canon literario fue agregando
nombres femeninos. La poeta cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, que
también escribió novela y teatro, es una de las principales representantes del
Romanticismo español, en donde también catalogamos la obra de Carolina
Coronado. A mediados del siglo XIX, Cecilia Böhl de Faber, que firmó
sus obras con el seudónimo de Fernán Caballero, publicó La gaviota, considerado el primer relato
que supera el costumbrismo para dar inicio a la novela realista moderna.
Rosalía de Castro |
Junto
con Bécquer, la gran figura de la poesía posromántica es Rosalía de
Castro, que publicó en gallego y castellano poemas de aire popular, sumando
a los sentimientos íntimos las preocupaciones sociales. También gallega era Emilia
Pardo Bazán, prolífica escritora, intelectual valiente, introductora del
Naturalismo en la novela en lengua española y una de nuestras primeras
abanderadas del feminismo y la igualdad de los dos sexos.
En los comienzos
del siglo XX, los nuevos aires de las jóvenes repúblicas americanas permitieron
la incorporación paulatina de escritoras al mundo intelectual. Las poetas
uruguayas Delmira Agustini y María Eugenia Vaz participaron en la
corriente neorromántica de la poesía posmodernista. En la evolución de esta
tendencia poética figuran la argentina Alfonsina Storni, la uruguaya Juana
de Ibarbourou y la chilena Gabriela Mistral, que en 1945 se
convirtió en la primera escritora en lengua española, y hasta hoy la única, en
ganar el Premio Nobel de Literatura.
Escritoras
españolas
Rosa Chacel |
En España, esta
incorporación de mujeres a la vida intelectual se produjo sobre todo en los
años 20 y 30, si bien la guerra civil segó esta tendencia y el posterior
régimen impuso un modelo de mujer muy alejado de la participación activa en lo
público y de la igualdad de derechos. Incluso los nombres de aquellas mujeres
han quedado silenciados durante décadas. A este grupo de intelectuales y
artistas, conocidas como Las
sinsombrero, que participó activamente en el intento de modernización
cultural y política de España, pertenecen escritoras como María Teresa León,
Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Rosa Chacel, Josefina
de la Torre o la filósofa María Zambrano. Y la novelista Carmen
Conde, una de las figuras de la Generación del 27, que fue la primera mujer
aceptada como académica de número en la Real Academia Española en 1979.
Después de la
guerra civil española pocas mujeres escritoras fueron incluidas en el canon
literario: Carmen Laforet y su novela existencial Nada, las también novelistas Ana María Matute o Carmen
Martín Gaite. Entre las grandes escritoras del siglo XX en español destacan
autoras de todos los países latinoamericanos, cuya presencia en los libros de
texto y manuales de literatura empieza a normalizarse: ejemplos incuestionables
son las argentinas Alejandra Pizarnik y Silvina Ocampo, las
uruguayas Idea Vilariño y Cristina Peri Rossi, la nicaragüense Gioconda
Belli, la cubana Dulce María Loynaz o las mexicanas Elena Garro,
Rosario Castellanos y Elena Poniatowska. De entre todos los
autores que escriben en lengua española, desde hace varias décadas la que más
libros vende es la novelista chilena Isabel Allende.
En España, con la
democracia empezó a recuperarse el papel de la mujer en la esfera pública y se
inició un camino hacia la igualdad que ha permitido la normalización del hecho
de que las escritoras sean incluidas en el canon literario sin etiquetas
proteccionistas o paternalistas, esto es: literatura femenina o literatura de
mujeres o para mujeres. En las últimas décadas, pues, han proliferado nombres
de autoras de mérito que, además de participar en la vida intelectual y
mediática del país, empiezan también a formar parte de los temarios académicos:
en poesía, por ejemplo, Almudena Guzmán, Ana Rossetti, Blanca
Andreu o Aurora Luque; en novela, Almudena Grandes, Alicia
Giménez Bartlett, Elvira Lindo, Rosa Montero, Soledad
Puértolas, Cristina Fernández Cubas, Dolores Redondo, Espido
Freire, María Dueñas, entre otras muchas. Y esto, claro, en una
lengua internacional como la nuestra, tiene su paralelismo en los múltiples
lugares donde se habla español.
La literatura del
futuro irá por derroteros que quizá no imaginamos. En español, una lengua
global, y también mestiza en muchos de los territorios en los que se habla, los
géneros y asuntos serán variados, multiculturales, híbridos. Pero lo que está
claro es que la presencia de las mujeres como sujetos creativos y parte
sustantiva del canon literario no es ni será puesta en duda aplicando etiquetas
como las que antes nombrábamos, y será pueril aplicar los calificativos de
literatura femenina o literatura masculina. Desde hace muchas décadas, las
voces de las autoras, cada una en lo suyo, como las de los autores, se hacen
oír en todos los géneros literarios, en ensayos y otras variantes de
participación intelectual, en las muchas formas de comunicación periodística,
en todas las manifestaciones artísticas.
La Escuela de
Ciudadanía es un buen ejemplo de esta presencia, pues por aquí han pasado en
los últimos años escritoras como Almudena Grandes, Nativel Preciado,
Amelia Valcárcel, Soledad Puértolas, María Antonia Iglesias,
Clara Sánchez, Elvira Lindo, Nuria Varela, Berna González
Harbour o Nuria Barrios. En un mundo cambiante e incierto, contar con todas
las voces en el ámbito público, con todos los talentos que nuestra sociedad
ofrece, es la mejor forma de afrontar los retos que, lo queramos o no, nos son
comunes.
(*) Blas
Villalta es profesor de Literatura en la Escuela Europea de Bruselas III y
vocal en la junta directiva de la Escuela de Ciudadanía.
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