Manuel Rivas |
Tereixa Constenla, El País
11 de abril de 2018
Una mañana, la madre de Manuel Rivas (A Coruña, 1957)
se despertó con las metralletas de dos patrullas militares en la puerta. Se
llevaron a su hijo, entonces un periodista free lance de 20
años. Rivas había publicado en La Región una noticia sobre la
intoxicación alimentaria de un centenar de soldados en un cuartel de A Coruña.
Le reclamaron seis años de cárcel por un delito de sedición. El asunto se zanjó
gracias a un nuevo capitán general después de interrogar al presunto sedicente:
—¿Quería usted atacar a la patria?
—No. Yo quería informar de la intoxicación.
Ya se había muerto Franco. Ya estaba la Transición adelante
y atrás. Quizás la experiencia anterior, de inicio extremo y final afortunado,
explique cierta equidistancia del escritor sobre aquellos días: igual de lejos
del desprecio adanista que habla de “rehabilitación arquitectónica del vetusto
ruedo ibérico con fachada democrática de cartón-piedra” que del botafumeiro que
la describe como “la mejor partida de ajedrez de la historia mundial”. No hubo
favores, recuerda. “Cada paso importante tuvo su coste en dolor y represión”.
Cada compromiso tenía su riesgo: el escritor figuró en la lista de mil
“elementos a eliminar” en Galicia el 23-F.