Las redes sociales y el mundo de internet configuran otras muchas opciones que, imagino, supondrán la apertura hacia nuevos caminos, más allá del mercado.
Sevilla, 9 de septiembre de 2011
Por Rafael de Cózar (*)
Esta cuestión viene planteándose en la historia literaria como dicotomía, de forma especial en la modernidad, hasta el punto de haber generado corrientes estéticas diferenciadas, al menos aparentemente. Así se venían distinguiendo en oposición la corriente noventaiochista frente al modernismo, y la literatura realista frente a la vanguardista, y la poesía deshumanizada del 27 frente a la rehumanización durante la República, o más cercanamente, la literatura testimonial de los años 1940 a 1965 frente a los novísimos del periodo de la transición. Es también habitual en este sentido que se enfrente a Juan Ramón Jiménez con Antonio Machado, representando cada uno la posición comprometida con el lenguaje (poesía expresión) del primero, frente a la poesía como comunicación de Machado.
Pero la cuestión es bastante más compleja. Ya Bécquer había señalado en su rima III la tensión entre “inspiración” y “razón”, dando a entender que si el poeta es fiel radicalmente a la inspiración, su poesía se hace más difícil de entender, y si se apoya del todo en la razón, está traicionando la dimensión primera, por lo que propone aunar las dos. Antonio Machado igualmente plantea la tensión entre la poesía de los conceptos y la de las intuiciones, apuntando que ambas son imprescindibles, por lo que en el poema la ética no vale sin la estética, mientras Ortega y Gasset, en plena etapa de la deshumanización del arte (años 20), señalaba que la literatura realista es literatura de masas en la medida en que no es arte, sino extracto de vida. El propio Machado creó sus heterónimos para poder expresar su pensamiento de forma más abierta que con el poema.
Dejamos de lado ahora el hecho de que un escritor pueda tener un compromiso ideológico y político fuera de su creación artística, en la vida diaria, pues nos interesa más reflexionar sobre si este se expresa también en su obra.
Evidentemente hay escritores cuyo temperamento les orienta preferentemente hacia una, u otra postura (la estética o la ética), pero sobre todo la cuestión tiene que ver con la época, las circunstancias en que vive.
El fin del siglo XIX España ha culminado su decadencia con la pérdida de las últimas colonias, la fuerte tensión entre tradición y modernidad, la crisis política y económica, el sentimiento de estar fuera de Europa (por lo que piden europeizar España) y la debilidad de su revolución industrial. No es extraño que los escritores de entonces tiendan, sobre todo en la novela, el ensayo y el periodismo a analizar la problemática española.
Las vanguardias significaron radicales esfuerzos de revolución estética e ideológica (Dadá proponía la destrucción del arte y los museos, porque son, en definitiva, parte del sistema, mientras los surrealistas defendieron una revolución integral, no sólo artística) El crak de 1929, que afectó a la mayoría de los países y es el mejor síntoma de las fisuras de la revolución industrial, trae consigo el rechazo a la “deshumanización” del arte y la defensa de un arte comprometido. La guerra civil supone la confirmación de lo que Antonio Machado había predicho 20 años antes: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
En 1940, con el mundo literario escindido entre los escritores del exilio y los del interior, va a asentarse hasta mediados de los sesenta la literatura testimonial, el realismo social y crítico, tanto en poesía como en novela y teatro. “Del arte por el arte ni merece la pena hablar”, dirá Luis Goytisolo, mientras su hermano Juan defenderá en los años sesenta el compromiso del escritor con la realidad, señalando que a ellos correspondió la función crítica que, por la censura, no pudieron llevar a cabo historiadores, ensayistas y periodistas.
El agotamiento del realismo social hacia 1965 va a suponer una nueva orientación por parte de la generación que lleva a cabo, desde 1968, el final del franquismo y la transición. Ahora se abren las diversas líneas, desde la tradicional a la vanguardista, con la influencia también de la literatura europea y latinoamericana, la influencia de los mass-media, la cultura underground, las filosofías orientales, el movimiento hippie, etc.
La década de los ochenta va a significar la equiparación de España con las modas literarias internacionales (novela policiaca, de intriga, histórica, etc.), pero también, ahora sin censura política directa, con los problemas que genera una literatura que pasa de un proceso semi-artesanal (creación, edición, distribución) a nuevas formas de producción industrial. Los escritores, salvo casos muy contados, no habían vivido hasta ahora directamente de sus obras, necesitando además dar conferencias, escribir artículos, participar en jurados de premios, y acudir a ellos, entre otros complementos. Desde inicios de la década de los 80 empieza a imponerse las reglas del mercado, de modo que, serán las multinacionales, a veces desde las Ferias como la de Frankfurt, o Guadalajara, por citar dos casos, quienes decidan imponer autores y líneas de apoyo. Desde entonces la novela histórica recibirá principal atención.
En este contexto el compromiso con la ética y con la estética parece suplantarse por el compromiso con los índices de venta. Muchos autores de hoy, más que nada en la novela, están sometidos a la presión de sus editoriales, sobre todo si tienen elevados índices de venta. Incluso autores jóvenes logran tiradas importantes, y han crecido los que tienen agente literario.
Parece abundar menos el escritor bohemio, de frecuentes nocturnidades y abundante consumo etílico, sustituidos por el escritor “administrativo”, que se entrega ocho horas diarias a la profesión, con sus horarios establecidos y fechas marcadas, es decir, el escritor domesticado por el sistema. Evidentemente se observan ya reacciones por parte de jóvenes y no tan jóvenes que plantean actividades, editoriales, revistas de nueva formulación y corte alternativo. En todo caso, el mundo intelectual no lo ocupan exclusivamente los creadores literarios y buena parte de ese mundo procede de otras actividades, periodistas, ensayistas, profesionales de los diversos campos comprometidos con la problemática cultural de nuestro país.
Los nuevos medios informáticos, las redes sociales y el mundo de internet configuran otras muchas opciones que, imagino, supondrán la apertura hacia nuevos caminos, más allá del mercado.
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(*) Rafael de Cózar es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Sevilla.
Poeta, pintor y narrador.
Entre sus obras y premios literarios destacan el Premio “Mario Vargas Llosa” de novela, (Murcia 1996) con “El Corazón de los trapos” y el poemario “Entre Chinatown y Riverside: los ángeles guardianes”, (New York, 1987).
Las ilustraciones que acompañan este texto pertenecen a su último libro, “Piel iluminada”, una extraordinaria muestra de poesía visual, en la que De Cózar es un consumado maestro.