6 ago 2019

Ciudadano Caba

Antonio Caba Sánchez de la Blanca

Antonio Caba tuvo tres grandes pasiones: la música, el fútbol y la política


El fallecido exconcejal apoyó desde el primer momento la idea de una Escuela de Ciudadanos en Manzanares


Por Román Orozco*


-Te has retrasado dos minutos.
-Sí. Me ha parado un vecino.

A las 2 en punto de la tarde, Antonio apagaba la televisión. Tomaba sus medicinas. Salía de casa. Tardaba cinco minutos en llegar al Miguelón. Salvo cuando algún conocido lo paraba para interesarse por su salud.

Cuando entraba en el bar, donde comía a diario, el camarero le tenía preparado un Salobreña con hielo. Lo bebía como si fuera un ritual, al tiempo que comentaba el último disparate político que había escuchado en La Sexta. En sus mejores tiempos, habría bebido un Yuntero blanco. Un lujo que ya solo se permitía los sábados, cuando alternaba un rato largo con sus amigos de siempre, Vicen, Sergio, Manolo, y repasaban la actualidad política de la semana. Pasado un buen rato, su vozarrón se imponía sobre el resto:

-Antonio, ¡la cuenta y un municipal!

Antonio Sánchez-Migallón, propietario del bar, invitaba con frecuencia al grupo a una última ronda. Antonio, comedido, exigía que le pusieran solo medio chato. Los amigos lo llamaban beber “un Caba”. Disuelto el grupo, Antonio pasaba al comedor. La mesa, al pie del televisor, para empaparse de las noticias.

Porque Antonio Caba, el hombre que se nos ha ido, tenía tres grandes pasiones: la música, el fútbol y la política.

Durante casi 50 años, Antonio tocó el bombardino en la banda de música de su pueblo, Manzanares. Otros 16 fue entrenador del Manzanares Club de Fútbol. Y durante 28 años ejerció como concejal socialista.

De música, Caba hablaba los domingos, a la hora del aperitivo. Llegaba puntual como siempre al Miguelón. “Hoy he escuchado zarzuela”, decía eufórico. O cualquier sinfonía clásica. Ese día Ferreras era sustituido por Beethoven o Mozart. La tele por el tocadiscos. No podía decir en cuántos conciertos y pasacalles había actuado. Pero cuando llegaba la Semana Santa, recordaba que era el manzanareño que más procesiones había recorrido. Primero, como músico. Y como concejal, no se perdió ni una: su amigo y alcalde Miguel Ángel Pozas delegaba en él.

De fútbol hablaba con más frecuencia. En ocasiones del Manzanares, que subía y bajaba en la tabla caprichosamente. Le tomaba el pelo a su amigo Antonio Miguelón, en los años en que éste fue presidente del club, y le exigía fichajes imposibles. La televisión, invadida por el fútbol, le daba pie para comentar los altibajos de su otro equipo del alma, el Atlético de Madrid. Como muchos otros grandes aficionados, ya no resistía ver a su Atleti en directo. Su pasión se desbordaba y el corazón le daba avisos.

De política hablaba todos los días. Militante socialista de raza, le gustaba estar informado. Expresaba sus opiniones, críticas muchas veces, pero siempre fundadas y respetuosas. Durante las casi tres décadas como miembro destacado del gobierno de su pueblo, entendió la política como un verdadero servicio público. La política cercana. El día a día. Conocía a sus vecinos. Hablaba con ellos. ¡Cuantos plantones protagonizó cuando salía a caminar por las calles del pueblo! Conocía las penurias de las familias e intentaba echarles una mano. Algo, es decir mucho, hizo bien el equipo dirigido por Pozas, con Caba como su mano derecha, cuando durante 28 ininterrumpidos años gobernaron el pueblo.

El 22 de julio, a los 77 años, Antonio se fue. Apagó la televisión. Dejó de sonar Mozart. Y entonces se escucharon muchas voces conmovidas en su pueblo. El funeral fue multitudinario. La banda en la que tantas voces sopló su bombardino, lo despidió a la puerta de la iglesia.

El apoyo de Caba

Ese día, yo falté a la cita. La noticia me pilló en un extremo de la península. Frente al borrascoso Atlántico, medité en lo mucho que debía a este hombre singular.

En el verano de 2008, coincidía a diario con Antonio ante la barra del Miguelón. Después de medio siglo dando tumbos como periodista por ciudades y países había decidido fijar mi residencia definitiva en Manzanares, adonde había llegado con un año y en donde aprendí a dar mis primeros pasos.

Antonio era en 2008 concejal de cultura. Yo tenía una vaga idea nacida tras una conversación en Granada con el poeta Luis García Montero. Comentamos Luis y yo el furibundo ataque que había lanzado desde Sevilla un grupo de ultraconservadores religiosos contra la asignatura Educación para la Ciudadanía, implantada por el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Un presidente que pasará a la historia por haber sido el que primero se tomó en serio la defensa por la igualdad entre hombres y mujeres.

Luis y yo coincidíamos en el análisis: ¿qué padre no desea que sus hijas aprendan en el instituto los valores constitucionales, los valores de la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Qué padre no desea que sus hijos aprendan en la Escuela a ser un buen ciudadano?

Conclusión: le dije a Luis si aceptaría ir a Manzanares para dar una charla sobre los valores de ciudadanía. Aceptó encantado. Tanto, que vino dos veces más: con el juez Baltasar Garzón y con Pedro Guerra en la Gala Música y Poesía con la que la Escuela de Ciudadanos celebró su X Aniversario.  A Luis se le sumaron ese año Almudena Grandes, Miguel Ríos, Nativel Preciado, Javier Reverte. Viejos amigos hechos a lo largo del camino.

Antonio Caba y Román Orozco en los primeros pasos de la Escuela de CiudadanosLe expuse la idea a Caba. ¿Nos apoyaría el Ayuntamiento? No lo dudó. Caba habló con el alcalde Pozas y el 28 de noviembre de 2008 Almudena Grandes pronunciaba la primera conferencia en la Biblioteca Municipal Lope de Vega. Fue Caba quien, al finalizar ese primer ciclo de charlas, me animó a seguir. Lo hicimos. Dos años después, esa iniciativa personal se concretó en la Asociación Sociocultural Escuela de Ciudadanos, de la que Caba es fundador. Unas semanas antes de su marcha, clausurábamos el XI Curso. Un total de 73 personalidades de todos los ámbitos han pasado por la Escuela.

Antonio faltó a las últimas conferencias. Su salud no se lo permitía. Pero guardo un recuerdo preciso de la alegría con que asistió el pasado año a la Gala del X Aniversario en el Gran Teatro. Su sobrino Jesús lo recogió en la residencia de Daimiel. Al finalizar el acto, con el público que llenó el teatro aplaudiendo con entusiasmo, miré a Caba, encogido en su butaca. Pensé: Este aplauso te pertenece, Antonio. Ciudadano Antonio.

Ante la barra del Miguelón, leyendo la prensa local, refrescada con una caña de cerveza, miro algunas veces de refilón a la puerta cuando son las dos y cinco de la tarde. Pienso que, por desgracia, el plantón es definitivo.


*Román Orozco. Periodista. Director de la Escuela de Ciudadanos.