6 feb 2019

Mi amigo Juan

Perfil            
Juan Cruz vuelve a la Escuela de Ciudadanos

“El motor de su diligencia infatigable es una curiosidad escrutadora que no delega en nadie”

“Exhibe otra cualidad poco común: la generosidad. Rara vez escribe mal de nadie”

“Posee una memoria deslumbrante y precisa y una capacidad de trabajo y una dedicación sin desmayos”

Por Eduardo San Martín (*)

Eduardo San Martín
Desde que hace unos días Román Orozco me pidió que trazara un perfil de Juan Cruz vengo dándole vueltas a la idea de cómo salir con bien del intento sin caer en el elogio untuoso y sin pasarme en las dosis de incienso. Porque Juan es antes que nada un amigo. Un compañero y un colega, también. Pero sobre todo un amigo. Luego he pensado que más artificioso sería, por el afán de mantener una distancia emocional impostada, reducir este ejercicio a una mera faena de aliño, tan comedida como sin alma.

Así que, desechados los primeros escrúpulos, lo que sigue constituye un homenaje sin complejos. Desde un afecto y una admiración que son ya muy antiguos. Del aprecio que siento por Juan diré poca cosa. O se explica sólo o no necesita ninguna explicación. Y lo que admiro en él, que es mucho, son esas cualidades que echo a faltar en mí mismo y que le envidio sin reservas. Suele ocurrir: admiración y envidia van casi siempre de la mano.

Y yo envidio en Juan, por resumirlo en una imagen, todos aquellos atributos que le permiten mantener en marcha constante el vehículo en el que pasea su mirada por el mundo que le rodea… y aún más allá. Que es lo que no ha dejado de hacer en sus sucesivas reinvenciones: corresponsal, peón de redacción, jefe de esa misma redacción (muy probablemente a su pesar), editor y de nuevo periodista a secas, al fin de cuentas lo que ha sido siempre y lo que continuará siendo mientras no se le nuble la vista o le tapien los oídos…. y aún más allá.


Diligencia infatigable

El motor de esa diligencia infatigable es una curiosidad escrutadora que no delega en nadie. Juan no permite que le cuenten las cosas. Pertenece a esa estirpe de periodistas que nunca tocan de oído. Se sitúa en todo momento en las primeras filas al pie del escenario para contemplar lo más cerca posible a personas, lugares y hechos. A los primeros les presta la palabra y con los segundos levanta el mapa sentimental por el que discurre siempre una buena historia, cualquiera que sea la forma que adopte ésta: crónica, entrevista, columna…

Para ese viaje incesante, Juan se hace acompañar de dos asistentes formidables. El primero es una memoria deslumbrante y precisa, que le transporta al tiempo de su elección, con ayuda, sospecho, de pocas notas escritas. Ha dejado constancia de esa potencia evocadora en algunos magníficos libros de carácter memorialista, unos dedicados a su propia vida, otros a muchos de los que se toparon con él en ese frenesí viajero. Y después, una capacidad de trabajo y una dedicación sin desmayos. Él dirá que no es trabajo, que le gusta tanto lo que hace que jamás le asalta fatiga. No le hagan caso; es trabajo y del duro. Se lo cuenta alguien que ha compartido muchas horas con él.

De lo que ve y escucha, extrae la sustancia y la destila en el papel a través del alambique de una escritura concisa, nada estridente, en la que los adjetivos, esa tentación que acecha sin cesar a los del oficio, nunca sobran y siempre vienen a cuento. Juan Cruz escribe como trabaja, a toda pastilla, y aún así con una precisión y una fluidez asombrosas.

Crítica con respeto

Y cuando llega la hora del acabado, Juan exhibe otra cualidad poco común en los de nuestra condición: la generosidad. Rara vez escribe mal de nadie y cuando formula una crítica lo hace siempre con respeto. En la presentación de su último libro, Primera personas, explicaba que, con él, había querido rendir homenaje a la memoria de muchos de los personajes que habían aparecido en un trabajo previo, Egos revueltos, a los que, en algunos casos, habría tratado con un exceso de ironía. Yo no creo que hubiese en ningún caso el más mínimo asomo de crueldad, pero, llegado a la edad de los balances, Juan pensaba que debía esa suerte de rehabilitación a unos autores cuya cercanía le ayudó a crecer como escritor.

La memoria guarda tantos tesoros que es un despilfarro escarbar en ella para buscar solo baratijas o bolas negras. Y Juan Cruz no se concede a sí mismo esa imperdonable pérdida de tiempo y de energías.

(*) Eduardo San Martín es periodista. Vocal de la Junta Directiva de la Escuela de Ciudadanos
            

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