13 jul 2011

Vídeo. Conferencia Luis García Montero



Conferencia de Luis García Montero
Manzanares, 13 de marzo de 2009


Cartel de Luis García Montero


Manzanares, 13 de marzo de 2009
Cartel anunciando la conferencia de Luis García Montero

Conferencia de Luis García Montero

La poesía



La poesía.
(Vidas particulares en un espacio público)
Manzanares, 13 de marzo de 2009
Por Luis García Montero
Estoy encantado de estar aquí, en esta Escuela de Ciudadanos. Me parece una buena idea, porque es la invitación a que reflexionemos sobre la ética, sobre el compromiso ciudadano, desde nuestro propio trabajo. Pienso que la forma más inmediata y más importante de socialización es nuestro trabajo, nuestro oficio. El oficio es una forma de ética.
Ser buen periodista, buen médico, buen juez, buen escritor, tomarse en serio el propio trabajo es la primera responsabilidad ética. En ese sentido, reflexionar sobre el propio trabajo nos lleva, inevitablemente, a reflexionar sobre la ética.
Les voy a contar cuáles son las preocupaciones éticas que tengo cuando leo y escribo poesía. Cuando me dedico a explicar poesía y a escribir poesía.
Son consideraciones propias de la recapitulación, de la meditación a lo largo de una vida dedicada a la poesía. Si a mí me preguntan por qué escribes, quizás no respondería con muchos de los argumentos que voy a desarrollar aquí esta tarde.
Escribo porque me gusta vivir. Escribo porque mi padre tenía la costumbre de leer en alto sus poemas preferidos, que fueron para mí mis novelas de aventuras. Román citaba La canción del pirata, de Espronceda y mi padre recitaba La canción del pirata, recitaba las leyendas de Zorrilla, los poemas de Campoamor, los romances históricos del Duque de Rivas. Una poesía que hoy no es la más cercana a mis gustos, pero tuvo en mi formación mucha importancia, porque me contagió el veneno de la poesía y a partir de ahí pasé de lector apasionado a intentar escribir, para emular a los que habían hecho por delante un trabajo poético.

O sea, que yo me dedico a la poesía porque me gusta y he hecho una carrera, una tesis doctoral, una oposición de titularidad y una oposición de cátedra para que me pagaran por no trabajar, es decir por hacer aquello que me gustaba realmente, que era leer y explicar los libros que había leído. En ese sentido, para mí la literatura ha sido una pasión personal y por eso, también, la he involucrado con mi ética de manera apasionada.
Si yo tuviera que resumir cuál es para mí el significado de la poesía en una sociedad como la que vivimos, diría en primer lugar que la poesía es una reivindicación de la conciencia individual. En una época que tiene poderosos mecanismos de liquidación de las conciencias individuales, vivimos en una sociedad que tiene mecanismos fuertes para crear corrientes de opinión para controlar las conciencias, para homologar los pensamientos, para imponer pensamientos únicos. 
Pues bien, para mí la poesía y el poeta que busca el matiz, que está un día buscando un adjetivo preciso, que quiere buscar su mirada personal sobre las cosas, reivindica al ser humano, a cualquier ser humano, que quiere ser dueño de su propia conciencia, de su propia mirada. Esto me parece muy importante en una época de homologaciones y liquidación de conciencias individuales.
Aparte de eso, la poesía tiene otro valor simbólico y, al hablar de la poesía estoy hablando de las humanidades en general, de la literatura en general y, también, del ser humano en general. No me gusta hablar del poeta en cuanto a un ser aparte de la sociedad, sino en cuanto a alguien que puede simbolizar algo que pertenece al patrimonio de los seres humanos, de cualquier ser humano. Pues además de ser una reivindicación de la conciencia individual, me parece que la poesía es también un esfuerzo de diálogo con el otro. Porque uno tiene un sentimiento y lo ordena en un poema, lo convierte en palabra y lo da a leer para dialogar con el otro.

Eso es importante también porque vivimos épocas en las que cuando se utiliza la palabra individualidad, en seguida se identifica con egoísmo, con posesión. El sujeto posesivo, el sujeto  egoísta, el sujeto llamado a competir en nombre de su individualidad. La reivindicación de la individualidad que hace el poeta supone el extremo contrario, porque se trata de una reivindicación de la conciencia individual que permita dialogar con el otro, para establecer un diálogo de matices, de opiniones, de entendimiento.
  
Reivindicar la individualidad es reivindicar la libertad, y la libertad solidaria es no convertir la libertad en un campo de egoísmos y de competiciones, sino en un campo de ilusiones sociales. Eso es bueno en nuestra época: ser capaces de reivindicar la libertad, pero como un proyecto colectivo, no como un proyecto de competencias individuales. 
Por todo esto, yo entiendo el poema como un espacio público. El texto es un espacio público en el que dialoga dos conciencias: la conciencia del autor y la conciencia del lector. El autor es el encargado de establecer la cita. Para que ocurra una cita siempre hay que poner una hora y un lugar. Escribir un poema, pensar en los recursos poéticos, en el lenguaje, encontrar las palabras es pensar en la hora y el lugar con los que se cita al lector. Pero el lector, después, acude con su propia mirada, con su propia experiencia, con sus propios sentimientos y en el texto descubre su propio rostro.

En ese sentido, para que se produzca el hecho literario, el poema debe ser un espacio público en el que puedan dialogar dos conciencias: la del autor y la del lector.
Sin lector no existe el hecho literario y, sin espacio público, sin poema concebido como espacio público, tampoco puede existir el hecho literario.

La poesía, la literatura, la lectura en general, convierten a los libros en un espacio público, y en un ejercicio de conocimiento. Cuando alguien escribe pensando en dialogar con el otro, está obligado a ordenar sus sentimientos, a ponerse en la posición del otro, a pensar en lo que significa el otro y, se conoce a sí mismo pensando en el otro. Y cuando el lector acude al autor, acude también a otro para descubrir sus propios sentimientos. En ese sentido, me parece que la literatura y la lectura siguen manteniendo unos componentes de rebeldía muy fuertes, más allá del puro contenido político que puedan tener los libros.
Porque verdaderamente rebelde en esta época es pedir tiempo para establecer un diálogo de conciencia a conciencia en un espacio público. Vivimos en épocas donde hay mucho interés para liquidar las conciencias y para liquidar los espacios públicos. Y en ese sentido, el valor simbólico que yo le doy a la literatura tiene una dimensión ética inmediata.
Decía que el poeta representa muchas veces al ser humano, al ser humano que, por ejemplo, quiere hacerse dueño de sus propias opiniones. A mí me gusta mucho repetir una reflexión de don Antonio Machado, en su libro Juan de Mairena, hablando de la libertad. Machado, con mucha inteligencia, escribió en 1935: “La verdadera libertad no es poder decir lo que pensamos, sino poder pensar lo que decimos”.

Me parece un matiz muy importante. Los que hemos tenido la desgracia de vivir en épocas de dictadura, sabemos lo importante que es poder decir lo que pensamos. Pero ahí no se agota la libertad. La verdadera libertad, decía Machado, es poder pensar lo que decimos. En estas democracias en las que estamos viviendo, con esos aparatos de control de las opiniones y el pensamiento, no estoy muy seguro de que podamos pensar realmente lo que decimos.

Porque muchas veces nuestro pensamiento se funda en la creación de realidades virtuales, que más que iluminar la realidad vienen a ocultarla, a sustituirla, a desplazarla, y muchos de los argumentos que se utilizan, por ejemplo, para justificar una guerra, para justificar un bombardeo, para que un país vaya detrás de un presidente dispuesto a cometer genocidio, surgen porque la gente puede decir lo que piensa, pero no puede pensar lo que dice, por la liquidación de la conciencia y por la creación de realidades virtuales.

Pues bien, creo que el poeta que, como digo, se pasa una tarde entera buscando un adjetivo, representa a cualquier ser humano que quiera hacerse dueño de sus propias opiniones.

A veces, se confunde sinceridad con espontaneidad, y no es verdad. Estamos acostumbrados, ahora, a ver en las televisiones, a escuchar en la radio, que se para al ciudadano en la calle y se le pregunta: ¿qué piensa usted del alcalde?, del alcalde o del presidente del Gobierno. El ciudadano responde lo primero que se le ocurre, es una encuesta callejera.
Cuando se comparan las respuestas, uno advierte enseguida que el 90 por ciento van en la misma línea. ¿Por qué? Porque cuando decimos lo primero que se nos ocurre, lo que hacemos es repetir lo que antes hemos interiorizado, lo que flotaba en el ambiente. Y existen poderosísimos medios para crear corrientes de opinión. Repetimos como loros lo que hemos interiorizado, creyendo que somos sinceros.
Hay una segunda posibilidad, la de pensar las cosas dos veces y, entonces, no decimos lo primero que se nos ocurre, solemos decir aquello que nos conviene para quedar bien.
Yo, que tengo compromisos políticos, cuando he tenido que participar en una campaña electoral, cuando voy a un mitin, ¿qué hago?, pues decir aquello que me conviene para pedir el voto a la gente a la que le estoy hablando. Uno cae simpático, uno quiere caer simpático. Hay muchos individuos que lo que quieren es caer simpáticos, entonces piensan las cosas dos veces,  y no dicen lo primero que se les ocurre, sino aquello que les conviene para caer bien. Por donde sopla el viento, pues ahí pongo mi vela.
Hay una tercera posibilidad, pensar las cosas tres veces, no decir lo primero que se te ocurre, no decir aquello que te conviene para caer simpático, sino aquello que te exige tu conciencia después de haber meditado tus palabras.
Creo que el poeta que se pasa una tarde buscando un adjetivo representa al ser humano, representa al político, representa a cualquier profesional que no dice aquello que se le ocurre por primera vez, no repite como un loro lo que flota en el ambiente, no dice aquello que le conviene para caer simpático, sino aquello que le exige su conciencia. Eso es ser dueño de la propia opinión.
La verdad es que para eso hace falta tiempo.



Yo comprendo que uno de los enemigos de la poesía es las prisas con las que vivimos. Pero que es un problema de cualquier individuo. Muchas veces llegamos a casa después de haber vivido con la lengua fuera. No tenemos tiempo ni para mirar los ojos de nuestra pareja, ni para tener una conversación con nuestro hijo o con nuestra hija.
A veces nos hace falta el ejercicio de levantar la mano para parar el tiempo y decir: me voy a dedicar a pensar sobre las cosas importantes, para dialogar y para hacerme dueño de mis propias opiniones. Y en ese sentido, la poesía exige un esfuerzo, porque es un esfuerzo de lentitud, de meditación, de buscar el matiz. Pero es que cuando hablamos de ideas, de ideologías, de fundamentos de la vida, los dogmas son la prisa de las ideas. Es el querer ser tajantes, el ser incapaces de ponernos en el lugar del otro, afirmar o negar, a veces en titulares rotundos.

Matizar, ser lento para hacerte dueño de tus propias opiniones, es también saberte poner en el lugar del otro, en el diálogo. Y  en ese sentido, cuando afirmas algo, debes ser consciente de los problemas que tiene tu afirmación, y cuando niegas algo, debes ser consciente de lo bueno que estás dejando en la sombra. Al fin y al cabo, responsabilizarse es tomar decisiones, pero conviene tomarlas con meditación, siendo dueño de nuestra propia decisión. Muchas veces uno niega algo, pero sabe que habría algo bueno en lo que está negando; lo que pasa es que pesa más lo que te parece negativo o sabes que defiendes algo, pero que puede haber cosas negativas en lo que defiendes. Pesa más la ilusión de lo positivo.
Bueno, pero esa capacidad de matiz está estrechamente relacionada con el tiempo y con el idioma, con el diálogo.
Tengo la costumbre de salir al campo con mi padre, que es una persona que sabe de campo y me doy cuenta que, cuando miro al cielo y veo volando alto un pájaro, digo ahí va un pájaro, porque si va muy alto no sé distinguir entre una alondra y una calandria, o entre una paloma y una perdiz. Cuando digo pájaro estoy entorpeciendo y empobreciendo tanto la realidad, que estoy perdiendo todos los matices de esa realidad. El que sabe, porque es dueño de su mirada, porque es dueño del lenguaje, mira y dice: por ahí va volando una perdiz o por ahí va volando una paloma. En nuestros sentimientos y en nuestras ideas también hay muchas palomas y muchos halcones y muchas águilas y muchas perdices, y conviene tomarnos en serio los matices del lenguaje para llegar a entendernos.
Eso es lo que ofrece para mí la poesía, y por eso la defiendo como un espacio público, donde dos conciencias, en el ejercicio del matiz, reivindican su individualidad, su mirada, su vocabulario, pero no desde el egoísmo, sino desde la voluntad de ponerse en el lugar del otro y de entrar en diálogo con el otro. Por eso, soy partidario de escribir una poesía que más que romper el idioma, lo utiliza como un espacio público de todos, que permita el diálogo. Y por eso cuando perfilo mi personaje poético, más que presentarme como un raro, un hijo de los dioses, un loco, un alunado, me presento como un ciudadano, como un hijo de vecino, como un individuo más que utiliza, de la manera más rigurosa que sabe, un lenguaje que es de todos.

Ése es para mí el sentido de la poesía, y para ilustrarlo voy a leer un poema, para explicar cómo leo poesía, y leeré otro poema para explicar cómo escribo poesía.
Porque decir que un texto es un espacio público significa reconocer que un texto es un conjunto de estrategias que permitan entrar en diálogo al autor y al lector.
Por ello, primero voy a explicar cómo leo yo un poema y después explicaré cómo escribo un poema desde esta preocupación del diálogo.
Voy a leer un poema de Federico García Lorca que se titula La aurora de Nueva York. Es un poema de un libro surrealista, de un libro escrito en tonos irracionales. Verán ustedes que parece una metralleta de metáforas sin sentido alguno, simplemente que contagia un estado de ánimo. Lo que quiero explicarles es que bajo ese aparente irracionalismo hay una estrategia calculada para dialogar con el lector, para citarlo, para decirle en esta hora y en este lugar nos vamos a ver.

La hora y el lugar era en Nueva York, en 1929, el año de la gran crisis. García Lorca había llegado a Nueva York cuando el capitalismo se estaba derrumbando, y él supo indagar en esa crisis, y hacer que su crisis personal fuese también la crisis del sujeto de la modernidad, la crisis de la modernidad. Leo el poema:



La aurora de Nueva York tiene 
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas 
que chapotean las aguas podridas 
La aurora de Nueva York gime 
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas 
nardos de angustias dibujadas. 
La aurora llega y nadie la recibe en su boca 
porque allí no hay mañana ni esperanza posible;
a veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos 
que no habrá paraísos ni amores deshojados; 
saben que van al cieno de números y leyes
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. 
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces,
por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Como ven, es un poema que no desarrolla minuciosamente un argumento, que contagia un estado de ánimo, a través de una batería de metáforas. Sin embargo, si lo leemos con atención, vemos que hay una estrategia clara de diálogo en Federico García Lorca: contagiar una sensación negativa.

La metrópoli se estaba despeñando, la modernidad se estaba despeñando, y el quería contagiar el sentimiento de pérdida y negatividad. Eso se debe, claro, a la utilización de un lenguaje negativo, al no, al des, al sin, al in; pero se debe a más cosas, se debe a una reflexión moral de García Lorca llevada a las palabras.

García Lorca viajó a Nueva York acompañado por su profesor de Derecho Político, el catedrático Fernando de los Ríos, que después fue diputado socialista por Granada y ministro de Justicia y ministro de Instrucción Pública en la República. Fue el que puso en marcha, de verdad, las Misiones Pedagógicas y él que le encargo a Federico García Lorca que desarrollara su trabajo como director de La Barraca, para que llevara por los pueblos el teatro de los clásicos.

Es ese Fernando de los Ríos, que tuvo luego una famosa intervención en las Cortes republicanas, en donde dijo que “para que el ser humano sea libre, debemos aprisionar a la economía”. Pues ese pensador acababa de publicar, en 1929, y Lorca lo acababa de leer, un libro titulado El sentido humanista del socialismo. En él explicaba De los Ríos que la historia de la humanidad era un proceso de emancipación, que el cristianismo había supuesto un proceso de emancipación, porque había igualado a todas las almas, la de los siervos y la de los señores. Más tarde, el Renacimiento había llevado esa emancipación a lo terrenal, el derecho de todos los sujetos a ser libres en la tierra y no esperar a la salvación después de la muerte. Finalmente, el proceso acababa para Fernando de los Ríos en conseguir una igualdad de condiciones económicas que permitiera la igualdad real de los individuos, de los sujetos dueños de su propio destino. En ese sentido, Fernando de los Ríos unía el proceso de emancipación desde la historia cristiana, porque él era a su manera creyente, hacia su socialismo.
Les explico esto porque verán que la estrategia de Lorca era la siguiente: escoger todas las metáforas que en la historia del ser humano han significado emoción, libertad, futuro, confianza en el porvenir, para envenenarlas por dentro, para decir que se están envenenando por dentro. Las va ordenando una a una. Son metáforas que tienen un valor en la tradición cristiana, valor que después ha pasado a la tradición ilustrada, a la tradición de la izquierda.


Empieza con el propio título La aurora de Nueva York y con el primer verso La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno. La aurora es el amanecer, el momento en el que la luz sustituye a la oscuridad; son los maitines, los salmos de maitines, donde la luz sustituye a la oscuridad como la salvación sustituirá al pecado. Pero es también el momento de la luz, de la ilustración, de sustituir con un nuevo mundo, con el mundo que amanece, un mundo de opresión. Amanecer o aurora son de esas palabras que en cuanto te descuidas se acaban en un himno. En la tradición de la prensa anarquista, el título de La Aurora era muy significativo.
Pues bien, la aurora, el amanecer, esa metáfora de futuro, de luz que va a sustituir a la noche, se envenena por dentro. La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno: es muy fácil de ver la imagen plástica de las chimeneas de Nueva York echando humo, doblemente peligroso. Son columnas doblemente peligrosas porque contaminan, son de cieno; pero, además, el humo es una columna muy frágil, se nos va a caer todo encima, se nos va a caer el tinglado.
Y después sigue: “La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas  podridas”. La paloma es el símbolo, el espíritu santo de la verdad revelada. En la poesía clásica es el símbolo de la ternura. Después acabará siendo el símbolo de la paz. La paloma blanca de la paz.

Pues bien, esa paloma está siendo sustituida por un huracán agresivo de negras palomas, que chapotean las aguas podridas. No están volando, sino ahogándose, chapoteando en aguas podridas. El agua, otro de los grandes símbolos, es el agua del bautizo, el agua que purifica, pero es también el agua de la vida humana. Nuestras vidas son los ríos, y es el agua de la gran metáfora de El Príncipe de Maquiavelo, el inventor de la política moderna: la historia es un conjunto de accidentes y de inundaciones, pero si el ser humano quiere ser dueño de su propio destino puede elevar diques, cauces que lleven el agua a buen puerto, al sitio donde pueda ser bien utilizada.
La metáfora que había utilizado Maquiavelo para decir que el ser humano era dueño de su propio destino, que no lo heredaba de nada, era la posibilidad de llevar esos ríos que son la vida humana a donde se quisiera. Así, Lorca va, metáfora a metáfora, símbolo por símbolo de la tradición clásica, religiosa, ilustrada, describiendo cómo la humanidad está envenenando por dentro el proyecto de la civilización, el proyecto de la modernidad.
Después, habla de la arquitectura. Para quien conozca la poesía de Lorca, sabrá que la arquitectura fue muy importante para el poeta, en un momento, cubista. La arquitectura era la capacidad de ordenar el espacio, de convertir el caos de la realidad en formas geométricas. Pues aquí aparece una arquitectura que no está a la altura del ser humano, ni de la naturaleza. Son inmensas escaleras, son aristas duras, donde la naturaleza, el nardo, se siente angustiado. La segunda estrofa del poema: La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras. El artificio geométrico civilizatorio de la arquitectura, se convierte en un gemido, buscando entre las aristas nardos de angustias, la naturaleza, el nardo, la flor está angustiada.
Y sigue: La aurora llega y nadie la recibe en su boca. Imagínense ustedes a Lorca viendo amanecer, el disco del sol, la aurora llega y nadie la recibe en su boca. ¿Qué es lo que se recibe en la boca?, la sagrada forma, lo que se había creído que era una forma buena, la Eucaristía. Pero por mucho que aparezca en el cielo, nadie la recibe en su boca, porque allí no hay mañana, ni esperanza posible. Está diciendo: se nos ha acabado la salvación, se nos ha acabado el mañana.

Después dice: A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran  abandonados niños. 
La otra gran metáfora: el niño. El niño es nuestro futuro ¡Ay, de aquel que pervierta un inocente! O el mundo no nos pertenece, lo tenemos prestado, se lo tenemos que dejar en herencia a nuestros hijos. O qué fue Lázaro de Tormes, lo que había sido, lazarillo. La sociedad moderna se basa en un contrato social que a su vez se basa en un contrato pedagógico. La pedagogía es la clave del pensamiento ilustrado, porque solo individuos educados como ciudadanos pueden firmar el contrato social que equilibre los intereses privados y los intereses públicos.
Pues bien, estos niños también son un símbolo de que nos hemos quedado sin futuro, porque no son proyectos de futuro, sino gente que tiene taladrada, por un enjambre de monedas furiosas. El enjambre de monedas se corresponde al huracán de palomas en la estructura del poema, que va equilibrando sus estrofas.
Sigue Lorca así: Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraísos ni amores deshojados, / saben que van al cieno de números y leyes / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
Los primeros que salen: nos puede estar hablando del Juicio Final, del salgan los muertos de sus tumbas, que van a comprender con sus huesos que ya no hay salvación, no hay paraísos, ni amores deshojados. Da igual la margarita, es decir si-no, si-no, si-no. Nos está diciendo que va a salir no, de todas todas. Saben que van al cieno, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto, eso de te ganarás el pan con el sudor de tu frente, del castigo de Dios en el Génesis a Adán por haber pecado, pues ya no tiene sentido, porque en los sudores no van a dar fruto. Y la moral burguesa, moderna del trabajo se reconoce, el que más trabaja es el que más recompensa tiene, el ahorro, al que madruga dios le ayuda, tampoco tiene sentido. Los primeros que salen comprenden que no hay paraíso, van a los sudores sin fruto.
Acaba con la metáfora de la luz, que es la luz de la verdad revelada, y la luz de la Ilustración, de ilustrar el mundo, a través de la razón, para acabar con las supersticiones. La luz, sin embargo, aquí es sepultada por cadenas y ruidos; la música ha sido sustituida por el ruido, la libertad por cadenas en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Este verso me parece fundamental: en impúdico reto de ciencias sin raíces. Porque el proyecto de la modernidad se había basado en la creencia de que el desarrollo científico debe ser correspondido por un desarrollo moral. El avance de la técnica y de la ciencia estaba en el desarrollo moral de la calidad, al servicio de la calidad de vida, de la calidad de la existencia de los seres humanos.  Lorca aquí está diciendo que no, que todo esto está mal. Que la embarcación humana va hacia un gran naufragio de sangre, y no se anda por las ramas al decirlo. Dice que la ciencia se ha quedado sin raíces. Y ¿por qué se ha quedado sin raíces? Porque no está al servicio del progreso humano, está, lo dice él claramente, al servicio de un enjambre de monedas furiosas. Está al servicio de un cieno de números y leyes.
En otro poema de Poeta en Nueva York, Lorca dice: debajo de las multiplicaciones, hay una gota de sangre de marinero. En las cuentas, en los recursos del capitalismo especulativo que estaban hundiendo la metrópoli en la crisis de 1929, había gotas de sangre de gente, y eso es lo que estaba taladrando el corazón de los niños, estaba envenenando por dentro nuestro futuro.

En ese sentido, Lorca no se andaba por las ramas, hasta el punto de que viendo los originales de Poeta en Nueva York, este poema titulado La aurora, de pronto me di cuenta de que había tenido un primer título: Uno de mayo. Era el primer título de este poema. Lorca era muy consciente de lo que significaba el 1 de mayo, era muy consciente de lo que significaba un mundo que estaba envenenando por dentro sus promesas de futuro, no ya porque se estuviera quedando sin pasado, sino porque se estaba quedando sin futuro, por someter la luz, la infancia, la aurora, el amanecer, la racionalidad a un enjambre de monedas furiosas.
Reivindicar la poesía es intentar también devolverle la luz, la música, quitarle las cadenas, que sea un reto de ciencia, pero con raíces.
Como ven, Lorca en medio de lo que parece irracional, ha utilizado una estrategia para dialogar con los sentimientos de sus lectores. 
Los sentimientos que nos producen están calculados en una cita, para que acudamos a su texto, que aunque parezca irracional, es un texto público. Lorca decía en sus declaraciones que los poemas de Poeta en Nueva York convenía leerlos dos veces para comprenderlos bien. Vamos a hacerle caso, vamos a leerlo otra vez y ver si ahora les conmueve el poema después de la explicación.
La aurora de Nueva York tiene 
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas 
que chapotean las aguas podridas 
La aurora de Nueva York gime 
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas 
nardos de angustias dibujadas. 
La aurora llega y nadie la recibe en su boca 
porque allí no hay mañana ni esperanza posible;
a veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos 
que no habrá paraísos ni amores deshojados; 
saben que van al cieno de números y leyes
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. 
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces,
por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Firma libros a una lectora
Acabo ahora explicando, no cómo leo yo este poema, sino cómo he escrito otro poema, que les quiero leer. Tiene también relación con lo que estoy planteando.

Muchas veces, cuando uno va por la ciudad con los ojos abiertos, descubre escenas de la realidad, que interpretadas nos pueden hacer conocer mejor el mundo en que vivimos.
Iba un día muy de mañana sentado en un autobús. Había pasado la noche con una amiga. Ella tenía que trabajar a primera hora. Me había levantado con  resaca, y la iba acompañando al trabajo en el autobús.

El autobús se acercó a una parada, que estaba llena de mujeres. Sobre todo de mujeres que acudían al trabajo. Cuando subieron al autobús, dejaron al descubierto la marquesina en la que había una campaña publicitaria de ropa interior. No sé si se acuerdan de una campaña que hizo Maribel Verdú hace unos años, anunciando braguitas y sujetadores, y que estaba maravillosa.
A mi me emocionó la escena, porque había una tensión entre la experiencia de carne y hueso, la experiencia de la realidad y de la historia, la experiencia de las mujeres que se levantaban para trabajar sin más tiempo que darse una ducha y pegarse un alisón en el pelo, frente a la mujer de la publicidad, a la realidad virtual, a la mujer que no existe en la realidad. Un modelo que se pasa la vida cuidándose, y después se arregla en el photoshop hasta  quedar como modelo de perfección.

El peligro de que esas realidades virtuales sustituyan a la experiencia de carne y hueso es el peligro de convertirnos a todos en un videojuego, de convertirnos a todos en la insatisfacción pura.
El intentar vivir de acuerdo con lo que nos vende la publicidad, y no con nuestro propio cuerpo, con nuestra propia historia, nuestra propia experiencia de carne y hueso.
A mí, la escena me emocionó, y me emocionó también por otra cosa, porque la gente que hemos luchado por la libertad, en el tiempo que nos ha tocado, en la generación que nos ha tocado, mi generación, por ejemplo, y más desde la poesía, una de las grandes banderas fue la lucha por la libertad, no sólo política, sino por la libertad sexual, por la libertad de las costumbres.

Esa ha sido una de las grandes tareas de la poesía contemporánea.

Luis García Montero, con la periodista María Ávila
En un discurso famoso que pronunció el poeta francés Andrè Breton en el Congreso de Intelectuales Antifascistas que se celebró en Valencia en 1937, durante la Guerra Civil, proclamó que había que unir el lema de Marx “Cambiemos la historia”, con el lema de Rimbaud “Transformemos la vida”.

Desde entonces, para los poetas la indagación en la transformación de los sentimientos ha sido también un compromiso histórico. Porque los sentimientos son tan históricos como las constituciones o las batallas. Tenemos unas maneras de amarnos, que van cambiando con la historia. Depende de nuestra educación sentimental. Afortunadamente, las relaciones, por ejemplo, de pareja que hay ahora no son las mismas que había en la época de mi abuela o mi bisabuela. Esa preocupación por las políticas de igualdad y de la intimidad y de las libertades individuales, que poco a poco está enriqueciendo la realidad, está enriqueciendo la política, ha sido una de las preocupaciones de la poesía que ha intentado transformar, emancipar los sentimientos.

Pues bueno, alguien que ha luchado por la libertad sexual, por ejemplo, se encuentra de bruces en la época que yo estaba escribiendo el libro Habitaciones separadas con la telebasura. Y se encuentra con que aparecen honradísimas amas de casa explicando en programas de televisión cómo les gusta hacer el amor con sus maridos, y cómo al marido le gusta tumbarse con ella encima de la mesa de la cocina o a un niñato explicando que se ha acostado con tal niñata. Es una forma de liquidar los espacios públicos, porque cuando llevamos la basura privada  a lo público, estamos convirtiendo la plaza en un vertedero.

Con Beatriz Moreno, Diana Abad, Pilar Romero y Román Orozco
Eso, para mí, era la mejor constatación de que corríamos un peligro paralelo al de poder decir lo que pensamos, pero no poder pensar lo que decimos. El haber conseguido alejarnos de la represión clerical, propia de la dictadura, y no haber sabido formular una moral pública de respeto. De respeto a los valores públicos, de respeto a lo público, que no sea un vertedero, sino un lugar de diálogo, un lugar de encuentro. Y en ese sentido, me afectaba especialmente la vulgaridad de esos programas que frivolizan algo que merece mucho respeto, que es la intimidad, la sexualidad, y ese espacio donde nos jugamos también la emancipación de los valores humanos y los valores ciudadanos.
Bueno,  con todo eso, escribí un poema que se titula Mujeres. Y leyendo el poema acabo.
Mañana de suburbio
y el autobús se acerca a la parada. 
Hace frío en la calle, suavemente, 
casi de despertar en primavera,
de ciudad que no ha entrado 
todavía en calor.   
Desde mi asiento veo a las mujeres,
con los ojos de sueño y las ropas sin brillo,
en busca de su horario de trabajo. 
Suben y van dejando al descubierto,
en los cristales de la marquesina,
un anuncio de cuerpos escogidos 
y de ropa interior. 
Las muchachas nos miran a los ojos 
desde el reino perfecto de su fotografía, 
sin horarios, sin prisa, 
obscenas como un sueño bronceado. 
Yo me bajo en la próxima, murmuras. 
Me conmueve el recuerdo
de tu piel blanca y triste
y la hermandad humilde de tu noche,
la mano que dejaste
olvidada en mi mano,
al venir de la ducha,
hace sólo un momento, 
mientras yo me negaba a levantarme. 
Que tengas un buen día, 
que la suerte te busque 
en tu casa pequeña y ordenada, 
que la vida nos trate dignamente.

El poeta necesario




Manzanares, 13 de marzo de 2009
Por Román Orozco.
Esta Escuela de Ciudadanos nació con la idea de que un grupo de personas de reconocido prestigio profesional y social reflexionaran aquí sobre el concepto de ciudadanía.

Es difícil encontrar en los últimos años a alguien que haya meditado más sobre la ciudadanía que nuestro profesor invitado de hoy, Luis García Montero. Ciudadanos, espacio público, cultura democrática, republicanismo son conceptos que están presentes, no solo en la ingente obra de este poeta granadino, sino también en su intensa actividad pública.
Porque Luis no es un poeta subido en su particular nube, sino un activista/poeta al que lo mismo se le ve en una manifestación por la escuela pública en un barrio de Madrid, que en otra pidiendo que haya tren en el cordobés valle de Los Pedroches. Protestando contra la guerra de Irak o contra el terrorismo etarra.

Luis encuentra tiempo para todo y para todos. Eso sí, sin menoscabo de su tarea más importante: escribir poesía. Ha publicado veinticinco poemarios. El primero, Y ahora ya eres dueño del Puente de Broklyn, en 1980. El último, Vista cansada, en 2008. Entre medias, algunos tan fundamentales como Habitaciones separadas, Completamente viernes o La intimidad de la serpiente. Ha ganado los premios más importantes que se conceden en este país: Adonais, Loewe, Nacional de Literatura y Nacional de la Crítica.
Es para muchos el mejor poeta vivo en lengua española de su generación y de las siguientes.

Ha escrito también más de una docena de ensayos y ediciones críticas de poetas como Lorca o Alberti. Escribe desde hace más de una década un artículo semanal en la edición andaluza de El País y está presente en tertulias de radio y de televisión. Además, es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Aunque este curso será el último, por ahora. Porque Luis, en un rasgo de valentía que le honra, ha anunciado que abandona su cátedra, en estos tiempos de paro y crisis. La causa: haber sido condenado inexplicablemente por un delito de injurias al llamar “perturbado” a un profesor que viene acusando de fascistas a García Lorca y Francisco Ayala.
Hoy, acogemos con cariño a Luis en esta humilde escuela para que nos hable sobre el ejercicio de la ciudadanía.

En su último libro de ensayo, Inquietudes Bárbaras, cuya lectura les recomiendo fervientemente, escribe Luis: “Resulta necesario que los ciudadanos vuelvan a reconocer su derecho y su responsabilidad, la tarea de su protagonismo, sin humillar la libertad ante instancias superiores a su propia voluntad terrenal, ya estén simbolizadas por una corona, una bandera nacional, el altar de un dios o las leyes sagradas de la economía”.
Además de derechos y responsabilidades ciudadanos, Luís me ha enseñado a amar la poesía. Como muchos otros de mi generación, mirábamos la poesía como algo lejano y aburrido. Nos conformábamos con un ligero toque de Espronceda, Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, algo de Lorca, verde que te quiero verde, una pizca de Machado, caminante no hay camino y alguna cosilla de Alberti y Neruda, más que nada por simpatía ideológica.

Pero el día en que escuché recitar a Luis su propia poesía, quedé atrapado. La poesía no es ya solo un arma cargada de futuro, sino que es un arma necesaria, en palabras de Celaya.
Escuchemos al poeta Luis García Montero…