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12 jul 2011

Manifiesto contra lo efímero




Manzanares, 20 de febrero de 2009
Por Nativel Preciado.
Me parece una gran idea promover una Escuela de Ciudadanos.
Román Orozco siempre ha sido una persona comprometida. Nos conocemos desde hace muchos años. Román ha citado el libro Hablemos de la vida, que escribí con José Antonio Marina, porque en él se habla especialmente de actitudes cívicas, de ética y de compromiso con los demás.

Mi trabajo fundamental ha sido siempre hacerme preguntas, tanto en este libro, como en otros ensayos, en mis novelas o en mi profesión de periodista.
Pregunto, en primer lugar, para aclarar mi propio mundo y pienso que mis conclusiones siempre podrán servir de algo a los demás, al menos, les acompañarán en sus propias ideas, en sus experiencias y en su manera de vivir.

Me gustaría contarles de un modo sintético lo que ha influido en la formación de mi conciencia cívica. Ser ciudadana consiste en estar comprometida con el mundo que nos rodea. Tengo que agradecer a muchas personas que, desde mis primeros años, me dieran ejemplo de ciudadanos comprometidos.

Público asistente a la conferencia de Nativel Preciado, en primer término, José Molina y Cayetana Román.

En primer lugar, se lo agradezco a mis padres y a mis maestros que en la etapa escolar y en una época difícil, como era la dictadura, me enseñaron a defender algunos principios cívicos.
Mis padres me enseñaron que lo más importante en la vida era ser autónoma e independiente, pero también comprometida con los demás.
Mis padres eran muy tolerantes, no sólo conmigo, sino con las personas que pensaban de un modo distinto al suyo, y solamente me prohibieron una cosa: decir que me aburría; aburrimiento era la única palabra prohibida. Me decían no te aburras nunca, lee, haz algo, dibuja, pinta, vete a jugar con tus amigos, haz lo que sea, pero no digas jamás que te aburres.

Me enseñaron que mi primera obligación y casi la única era adquirir cultura, porque la cultura da más independencia y libertad que cualquier otra cosa que uno pueda imaginar. Como nadie se puede hacer culto de la noche a la mañana, es algo que se adquiere de una forma constante y lenta, hay que empezar a aprender desde los primeros años, para que la cultura se vaya instalando en pequeñas dosis diarias. La mejor manera de iniciarte en ese camino es a través de la lectura. Por eso una de mis primeras obligaciones escolares fue leer.
En el hábito de lectura tuvo una influencia decisiva un vecino que era poeta y me prestaba libros de poetas de la generación del 27, muchos de ellos prohibidos por la censura. Me aficione a la poesía gracias a él y también a mi profesor de literatura, a quien de vez en cuando sorprendía enseñándole algunos de los títulos que me prestaba mi vecino el poeta. Durante las clases de literatura, mi profesor leía en voz alta. Recuerdo el maravilloso tono de su voz, y al terminar nos explicaba algunos detalles curiosos sobre la vida del autor elegido y, cuando nos veía más interesados, interrumpía el relato para dejarnos intrigados. Continuaremos en la siguiente clase, nos decía, y no sé cómo lo hacía, pero la verdad es que lograba mantener muy viva nuestra curiosidad. 
Con él aprendí, al menos esa fue mi experiencia, que hay que leer, al principio, y creo que también al final, sin objetivo, por placer, desordenadamente. No tiene que haber un orden estricto en la lectura; ni cronológico, ni por dificultad,  ni por género… No es necesario empezar por Homero y terminar por Borges. Lo mejor era  leer sin objetivos previos, sino en función de las oportunidades que surgieran en cada momento. Creo que es el mejor modo de aficionarse y divertirse con los libros y no enfrentarse a ellos como si fuera otra de las múltiples y engorrosas obligaciones que se tienen en la vida.

Mis padres decidieron llevarme a un colegio laico, fundado por un hombre excepcional,  muy comprometido con su labor didáctica, y rodeado de unos maestros y maestras de procedencia republicana, la mayoría represaliados por el régimen franquista, como mi profesor de literatura, que tuvieron mucho empeño en transmitirnos sus valores democráticos, aunque se vieran obligados a hacerlo de una forma encubierta. 
Una de mis aficiones infantiles era escribir, porque, entre otras cosas, me gustaba contar historias y, además, necesitaba ver escritos todos mis pensamientos, ya que era el mejor método para aclarar mis ideas. Siempre tenía un lápiz y un papel delante para apuntarlo todo. Era grafómana. Me aficioné a escribir cuentos y participaba muy activamente en la revista del colegio. Así decidí que quería ser escritora, aunque al principio no sabía muy bien cómo podía dedicarme a ese oficio, si es que eso era un oficio. Un día se me ocurrió que el camino más corto hacia la literatura era escribir en los periódicos. Por eso decidí estudiar periodismo.

Tuve la fortuna de empezar a estudiar en una época universitaria muy comprometida, a finales de los años sesenta y principios de la década de los setenta. Allí conocí a Román Orozco y también compartimos nuestra primera experiencia profesional como periodistas, pues los dos trabajamos en el Diario Madrid; otro buen centro de aprendizaje cívico.  Fue un privilegio formar parte de aquella redacción donde entramos un grupo de jóvenes periodistas ansiosos de conquistar una libertad que nadie tenía en aquellos años.
Yo aún estaba estudiando en la Universidad y hacía compatible mis estudios de Periodismo con los de Ciencias Políticas, y cuando entré en el Diario Madrid sólo trabajábamos dos mujeres en la redacción, Juby Bustamante y yo.  Los jefes tenían hacia nosotras una actitud muy paternalista, pero en el fondo les divertía que fuéramos audaces y un poco temerarias. En esas circunstancias tuve un doble aprendizaje: aprendí a trabajar en un mundo dominado y dirigido por hombres y, también, a sortear los obstáculos que imponía la censura.
     
En España, en aquellos tiempos, se perseguía a los sindicalistas, a los estudiantes insurrectos, a los curas obreros, a las feministas que firmaban manifiestos y se cerraban periódicos, entre otros, el diario Madrid en el que, por primera vez, yo trabajaba y además me pagaba los estudios.
A los políticos de entonces no se les trataba. Campaban por sus respetos en el No-Do, un informativo propagandístico de obligada proyección en los cines del territorio nacional, posesiones y colonias, que dio cuenta de la historia oficial del franquismo hasta 1975. Al margen de sus gloriosas apariciones, no se solía mencionar en vano el nombre de los ministros, a no ser con motivo de la inauguración de algún pantano, a propósito de un cese, de su presencia en un partido de fútbol o de manera habitual en el Boletín Oficial del Estado (BOE). No obstante, en torno a aquellos personajes del BOE,  había un cuchicheo de rumores con fundamento que sólo nos atrevíamos a susurrar al oído de amigos de confianza.
Las andanzas del marqués de Villaverde (el yernísimo) con el doctor Barnard, amante confeso, por cierto, de Gina Lollobrigida; las infidelidades de un ministro muy católico que engañaba a su legítima con una joven cantante; los encuentros privados de franquistas y cabareteras en los locales de Mayte o en la trastienda de Perico Chicote: los trapicheos con las cuentas de la Seguridad Social; el seguro de los joyeros de Galicia para repartir el coste de los caprichos de la esposa del Caudillo, tan aficionada al oro y a los diamantes o sus conspiraciones en torno a la mesa camilla del Palacio del Pardo. Da vértigo asomarse a aquel abismo.
Como España no era una democracia, había que informar exhaustivamente de  los problemas ajenos (todo sobre la guerra de Vietnam) para ocultar los propios.
Que la nostalgia no me traicione la memoria, pero nosotros, los periodistas de entonces, vivíamos comprometidos con la otra cara de la historia: la de los curas obreros, el padre Llanos, el concierto de los Beatles en la plaza de Toros, la muerte de Enrique Ruano, las homilías de Jesús Aguirre (el futuro Duque de Alba), las fugas de El Lute, el asesinato de Kennedy, el de Luther King, el exilio de Alberti, el estreno de Las criadas con Nuria Espert, el recital de Raimon, el cine de Buñuel, Martín Patino o Carlos Saura, el mayo francés, las arengas de Sastre, Angela Davis, los panteras negras, el proceso de Burgos, la huelga de artistas
En medio de aquel barullo ideológico me veo al lado de personajes memorables, lamentablemente son más los desaparecidos, y confirmo otra vez el privilegio que ha supuesto vivir en este tiempo y, sobre todo, tener registrados diariamente, en el archivo de aquel Madrid inolvidable, los detalles de la historia del pasado siglo. 
Nativel firma uno de sus libros a una lectora.

Otra etapa decisiva en mi formación fue participar en la universidad en unos años decisivos, en pleno mayo del 68.
Para todos aquellos que dicen que mayo del 68 no fue más que una revuelta estudiantil sin trascendencia, yo quiero hablar como testigo y resultado directo de aquella época. No muy lejos de París, en la universidad Complutense, tuve el privilegio de estudiar en aquel tiempo y de participar en momentos decisivos como el concierto de Raimón  en el hall de la que entonces era mi facultad de Ciencias Políticas.
En dicha universidad, las mujeres, por primera vez,  participamos en la reivindicación de nuestra autonomía. En aquellos momentos resurgió el feminismo contemporáneo, un movimiento  que proyectamos hacia el futuro desde una larga tradición.

La pacifista revuelta de mayo de hace ya más de cuarenta años modificó las relaciones entre razas, sexos y generaciones. Se  reivindicaba la igualdad, la solidaridad internacional y el  antiautoritarismo.
Nos levantamos y protestamos contra el racismo, el machismo y el autoritarismo en todos los órdenes de la vida.  Aquí, en España, especialmente, porque vivíamos en una dictadura. Teníamos que enfrentarnos a guerras lejanas, como la de Vietnam, pero también a nuestra guerra particular por la democracia y la libertad.

Cuando hablo de la falta de libertad en la que vivíamos los españoles de aquellos años, no me refiero a un término grandilocuente, sino a asuntos domésticos y cotidianos. Hubo personas que sufrieron la represión de un modo brutal, fueron encarcelados, torturados e incluso asesinados como Julián Grimau, Enrique Ruano o los fusilados de Hoyo de Manzanares (1).

Con Paqui Díaz Pintado, directora de la Biblioteca Municipal Lope de Vega

Otros perdieron sus derechos, muchos amigos míos fueron expulsados de la Universidad, tuvieron que vivir en el exilio. Pero no me refiero sólo a los combatientes de primera línea, también a los que estábamos en la retaguardia y nos privaban de decir lo que pensábamos. Porque la libertad, lo he escrito muchas veces, no es más que leer los libros que te gustan, escuchar la música que quieres, decir en voz alta lo que piensas o reunirte con quien te de la gana. Esas cosas tan simples no las podíamos hacer, y menos las mujeres que estábamos sometidas a un doble autoritarismo, a una doble tutela. Para salir al extranjero teníamos que pedir doble permiso, al Ministerio de la Gobernación y a un padre o a un marido. Lo mismo para establecer un negocio o una cuenta bancaria.

Estoy recordando brevemente lo que yo aprendí dentro, pero sobre todo, fuera de las aulas. En aquel año, me refiero al legendario 68, exigimos métodos anticonceptivos, la píldora, el derecho a la interrupción del embarazo, una ley de divorcio, igual salario por igual trabajo y… pedíamos hasta la luna.
No trato de evocar grandes gestas, tampoco amargas derrotas, sino experiencias de las que fuimos artífices o testigos, dignas de ser evocadas, porque ocuparon durante mucho tiempo el interés del mundo. De un mundo que se ha transformado radicalmente. Creo de verdad que los jóvenes de hoy lo tienen mucho más difícil todavía de lo que nosotros lo teníamos entonces. Los jóvenes de hoy están más angustiados por la recesión, el paro, los errores de la globalización, la degradación climática y tantos otras problemas que en mi época universitaria se reducían a uno que era el más importante: conseguir la libertad para convertir en democracia aquella dictadura.
   
Han pasado cuatro décadas. El tiempo nos va poniendo en nuestro sitio. Lo que todos necesitamos fundamentalmente en estos momentos es que nos den alguna idea y muchos ánimos. Yo vengo aquí, no sé si a dar alguna idea, pero sobre todo, a dar ánimos y un poco de esperanza. No se necesitan grandes recursos para mantener la esperanza.

La mayoría de la gente en estos momentos difíciles de crisis, de recesión, de incertidumbre, se encuentra más cerca de la claudicación que del empeño. Se siente desamparada y busca protección. “Es difícil no caer cuando todo cae”, decía Machado. Luchar por superar el desánimo que nos rodea requiere algún esfuerzo. Establecer las propias reglas es muy trabajoso. Hay gente que prefiere entregarse a la desidia, seguir y obedecer a otro para echarle la culpa de sus fracasos. De modo que la mayor prioridad en estos momentos es encontrar personas, motivos y argumentos que nos den ánimos.

Ya he dicho que he tenido la suerte de dar con personas inteligentes, llenas de fortaleza, que habían pasado por situaciones muy duras, a pesar de lo cual estaban muy animosas.
Se trata de gente buena, con ansias de bondad y eso  es difícil de encontrar. Uno de nuestros grandes errores: creer que el bueno es el sacrificado, el mártir y, para los tiempos que corren, el tonto. Hay quien erróneamente piensa todavía que los malos son más listos que los buenos. La competitividad, la codicia, la ambición parece que nos obligan a buscar la felicidad al margen de la bondad. 
Me gustaría que quien me escuchara en la radio, leyera mis artículos o mis libros sacara la conclusión de que  tenemos que vivir para los demás, sobre todo, para los que tenemos cerca, pero también, como dice Einstein, “para tantos desconocidos, vivos o muertos, a cuyo destino estamos vinculados, porque nuestra vida se basa en el trabajo de los otros”.

Me gustaría también que vieran en los títulos de alguno de mis libros,  Bodas de Plata, Camino de Hierro, Llegó el tiempo de las cereza, un manifiesto contra lo efímero, lo rápido, el triunfo fácil, el éxito repentino, el lo quiero ya y ahora… las prisas.

Con Mari Carmen López, Pilar Romero, Román Orozco, Antonio Caba (concejal de Cultura) y Paqui Díaz Pintado

Frente a lo instantáneo y lo novedoso trato de reivindicar lo que se gana poco a poco, con esfuerzo, después de llegar al final de un camino de hierro del que siempre se sale fortalecido.
Reivindico  todo lo que, al cabo del tiempo, merece una fiesta o un premio: el premio es algo más de ese instante que te saca, al menos, por un momento, de la rutina de la vida diaria. Son momentos fugaces, aunque la emoción que se siente durante este tipo de acontecimientos, hace que siempre lo recuerdes. Pero se recuerda, sobre todo, por la labor que hay detrás. Por todos los esfuerzos que has hecho previamente para merecerte algo: una casa, un amor, un libro, un hijo, un reconocimiento a labor de toda la vida.

Últimamente, he tenido muchas satisfacciones. Han venido lectores emocionados, porque se han sentido identificados con alguno de los personajes de mis novelas. Otros porque han compartido historias similares y, sobre todo, porque se sienten acompañados con la lectura. 
Ahora recibo cartas, testimonios y aliento de la gente que considera que lo que yo digo, hablo o escribo les ha sido de alguna utilidad.
Para terminar, quiero decirles que cuando me veo al borde del abatimiento, o me avergüenzo por muchos de los escándalos que nos afectan, cuando reniego de ciertos espectáculos periodísticos, pienso también  que en pleno siglo XXI existen más de un centenar de países donde todavía se ejerce la censura; pienso en las docenas de periodistas asesinados en el ejercicio de su profesión y en los que permanecen encarcelados por el mundo.  Pienso en mis compañeros que han perdido la vida por informar en los frentes de guerra, porque una bala asesina les ha matado. En Couso, Parrado, Julio Fuentes, Ricardo Ortega… Pienso que, mientras nosotros disfrutamos de nuestras sagradas libertades, hay periodistas que se juegan la vida y mueren en acto de servicio. Y entonces trato de recobrar el ánimo y recuerdo a todo el mundo que la prensa libre es la mejor inversión contra la tiranía.

¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi obligación como ciudadana del siglo XXI? La respuesta parece muy sencilla: “Adecentar el mundo en la medida de mis posibilidades”. Por muy limitadas que sean dichas posibilidades, espero haber colaborado en la tarea de hacer un mundo un poco más decente.
Y ya para concluir, quiero decirles que ese es el motivo por el que yo, además de estar orgullosa de mi modesta obra literaria, también lo estoy de seguir escribiendo en los periódicos.
Gracias por escucharme con tanta atención. 
NOTAS A PIE DE PÁGINA
(1) El 27 de septiembre de 1975 tuvieron lugar las últimas cinco ejecuciones del moribundo régimen de Franco. En Hoyo de Manzanares (Madrid), fueron fusilados tres miembros del Frente Antifascista y Patriótico (FRAP), José Luís Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena. Tres periodistas, entre ellos Miguel Ángel Aguilar y Román Orozco, lograron entrar hasta el punto mismo del polígono de tiro de Hoyo de Manzanares en el que iban a ser fusilados. En Barcelona y Bilbao, fueron ejecutados los miembros de ETA Jon Paredes Menor, Txiki, y Ángel Otaegui.

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