La conferencia I
Iñaki Gabilondo: Rumbo al hombre
Se nos ha perdido el hombre, se nos ha perdido el ser humano, se nos ha volatilizado, ya no aparece en las preocupaciones de los que nos mandan
Estamos viviendo un tiempo de estupor, de sorpresa, de desconcierto tan extraordinario que, en estas reuniones, intuyo que hay cierta esperanza de encontrar alguna luz
El dinero suelto a sus anchas, sin controles y sin reglas, dejando que avance, que crezca y que engorde, ha terminado por convertirse en un poder sin control
Reportaje gráfico: Pilar Román y José Antonio Romero Gómez-Pastrana
Iñaki Gabilondo: Buenas tardes a todos. Estoy muy impresionado por la concurrencia y, como Román dice, también un tanto incomodo con la incomodidad que percibo. Se lo agradezco muchísimo.
Estoy muy contento de estar aquí. Hubiera debido venir hace ya un par de ediciones creo, teníamos todo organizado y, al final, no pudo ser.
Es para mi un honor estar en un lugar que convoca a la gente en torno a la idea de la ciudadanía. Y es un honor estar en el lugar en el que el anfitrión es Román Orozco, un compañero de tantos años, que es para mi un símbolo de muchísimas cosas, al que ustedes conocen bien pero al que, sin duda, habrán comprobado, por las figuras que han venido por aquí, la profesión reconoce como uno de los grandes y como uno de los más sólidos representantes de este oficio, de la zona o del área más noble de este oficio.
¿Qué les digo yo?
Estaba yo, al verles, preguntándome: ¿Y qué le dijo yo a toda la gente que está aquí reunida? Porque pensaba que estamos viviendo un tiempo de estupor, de sorpresa, de desconcierto tan extraordinario que, en estas reuniones, yo intuyo que hay una cierta esperanza de encontrar alguna pista, alguna luz.
Se están celebrando encuentros que convocan a más gentes de las que hace años solían ser convocadas, en los llamados años de la prosperidad. Es la sociedad perdida que trata de ver si por algún sitio alguien les puede mostrar una senda o un camino.
Eso tengo que decir que es poco probable que lo vayan a encontrar en mis palabras. Porque yo participo de esa misma perplejidad y de este mismo estupor. Pero es posible que, al menos, estando juntos, compartiendo juntos la reflexión, incluso compartiendo juntos la perplejidad, estemos ejercitando uno de los asuntos más necesarios en el momento actual, que es el ejercicio de la lucidez compartida.
Ciudadanos consumidores
Porque lo primero que creo que hay que saber es que lo que está pasando en los últimos años, en España y en el mundo, es que los ciudadanos han sido convertidos en consumidores.
Desde que la revolución francesa reconoció los Derechos del hombre, ustedes habían encontrado, todos habíamos encontrado de pronto una dignidad que nunca en la historia se había tenido: Nos habíamos puesto de pie con nuestros derechos. Se nos había reconocido la determinación de participar.
Dense ustedes cuentas de que el asunto consiste en lo siguiente: una vez que se reconoce que usted es un ciudadano, se entiende que, a partir de este momento nada de lo que le concierna se va a hacer sin contar con usted.
La democracia es el mecanismo que da respuesta a esa decisión de considerar a la gente propietaria de unos derechos o, como usted tiene unos derechos, nosotros tenemos que articular un sistema o un método que a usted le permita tener algo que decir en las cosas que a usted le conciernen.
El ser humano, centro de la vida
Anteriormente, los modelos históricos, si exceptuamos aquellos primitivos de la democracia griega imperfecta, buscaban lo que llamaban el despotismo ilustrado que, en el mejor de los casos, hacía que los reyes se preocuparan de la gente y se decía: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
La democracia viene a dar respuesta a ese descubrimiento: el ser humano es el centro de la vida. El ser humano y sus derechos son la clave de toda la acción colectiva. Por tanto, inventemos un sistema que le permita, aunque sea de una manera imperfecta o superficial, tener que decir cosas en torno a lo que le afecta.
Bien, este era más o menos el juego y este es, explicado de una manera muy básica, el sentido de la democracia. Pero, por circunstancia, que si ahora les parece bien, vamos a ir repasando, el ciudadano se ha convertido en un consumidor. Es un consumidor.
Es una diana a la que se busca para extraer de él ese aspecto de su vida. Su condición de consumidor es un aspecto de su vida, siendo los demás menos considerables. Y además, para que tenga una capacidad de consumir suficientemente continuada, inventamos un mecanismo complementario que se llama el crédito.
Es decir, que usted es un consumidor y va a poder ir consumiendo. Pero si no tengo dinero, no se preocupe, yo le doy. Le doy dinero y usted ya tiene dinero. Ahora usted puede seguir consumiendo. Y este juego se va haciendo así.
La tiranía del consumo
Ese juego, que no es, en principio, malo, ni bueno, ni regular, llevado a su patología convierte a los ciudadanos en dependientes atrapados en la tiranía del consumo, que se apodera de nuestra vida, de nuestra manera de pensar, y prisioneros de la deuda que nos pone en manos de nuestros acreedores.
Este es, en una brevísima explicación, el camino que ha llevado ahora a tanta gente a este estado de desconcierto, que no le permite acceder al poder que efectivamente tiene el que manda porque el que manda es el acreedor.
Si nosotros pudiéramos ver la deuda que hay en el mundo, comprobaríamos que no se puede pagar. La deuda que hay en el mundo es impagable. El mundo está construido sobre la idea de debamos y debamos y debamos como un juego piramidal, como eso que de vez en cuando la policía neutraliza y lleva a la cárcel al autor de este juego de yo sigo creciendo y creciendo y creciendo hasta que alguien para la cosa y salta a la alfombra y se cae todo. Es un juego piramidal de crédito permanente.
Capitalismo frente a comunismo
La historia en principio, aunque todos la sabemos, la podemos repasar.
Cuando acaba la II Guerra Mundial, como consecuencia de la conmoción que el mundo vive ante los horrores vividos, se experimenta un viento de nobleza humana: no puede volver a ocurrir esto.
No es la primera vez que, tras un espanto, el mundo vive una especie de racha de voluntad de recoger las cosas y colocarlas en un camino que haga imposible el espanto. Como, además, se vio inmediatamente que se había fabricado un mundo de dos polaridades, el mundo capitalista y el mundo comunista, el mundo capitalista pensó que, además del noble deseo de construir un mundo más justo, mejor será que construyamos un mundo un poco más justo porque nuestro antagonista, el comunismo, se va a llevar toda la clientela como nosotros no seamos capaces de ofrecerle elementos que permitan una vida más justa.
La suma de estas dos cosas, una noble intención y una astuta deducción, alumbró el llamado Estado del bienestar: construyamos un mundo en el que la gente, por el solo hecho de nacer, tenga ya la seguridad de que su sociedad le va a otorgar los elementos básicos del sostén de una vida respetable y digna. Va a poder educarse, va a poder vivir, va a poder ser atendido.
Ese es el Estado del Bienestar, que, como digo, surge de una doble cosa: la noble intención de ser buenos para el hombre, ese ataque de bondad que surge tras el espanto de la guerra; y la deducción inteligente de mejor será que protejamos a nuestra clientela porque se va a ir si no al otro lado, donde le ofrecen un paraíso de igualdad y de justicia.
Nemesio de Lara, presidente de la Diputación, entre los asistentes (con jersey rojo) |
Cae el muro, gana el capitalismo
El juego de enfrentamientos que van viviendo el mundo del este y del oeste a lo largo de la vida, y las personas más mayores lo habrán comprobado a lo largo de esos años, era un juego de equilibrios entre el poder capitalista y el poder comunista.
Ese juego, más o menos, iba neutralizando a unos y a otros. Cuando el mundo comunista cae porque cae el muro de Berlín y caen, como si fueran fichas de dominó, todos los países del régimen comunista, entonces el capitalismo ya no tiene delante un antagonista con el que librar un pulso.
El capitalismo se pasea con comodidad. Naturalmente, puede poner todas las máquinas a funcionar sin ningún tipo de freno, sin ningún tipo de precaución táctica para que no se marche la gente al otro bando.
Es entonces cuando el mundo capitalista empieza a desalmarse, a desnudarse, a actuar ya de acuerdo con la lógica que le anima, que es la lógica de la máxima rentabilidad, el máximo beneficio, sin estar frenado por esas otras circunstancias que le habían estado, hasta ese momento, haciéndole considerar mucho el hombre y sus derechos, no vaya a ser atraído por las fascinaciones del otro mundo.
El pensamiento único
La historia la hemos contado tantas veces, y en los últimos meses se ha dicho tanto, que todo el mundo ya sabe que una de las circunstancias que obligaron a cambiar llega con el advenimiento del llamado pensamiento único.
Un pensamiento que le daba ya al pensamiento capitalista toda la oportunidad de circular a trote, sin necesidad de andarse con ningún tipo de pensamiento, pues inicia un juego en el que la injusticia va ganando terreno, los derechos van perdiendo terreno y los avances de la lógica de ese pensamiento están empezando ya a perturbar un poco los elementos de ese Estado de bienestar, del que hemos hablado.
A efectos históricos, se considera un día determinante el 12 de noviembre del año 1999.
Pero regresemos al año 33. En junio de 1933, siendo Roosevelt [Franklin] presidente de los Estados Unidos, a la vista del crack del 29, que había hundido al país y que había provocado un gigantesco paro y una ruina a montañas, entró en vigor una ley que llevó el nombre de dos senadores, Glass–Steagall. Dicha ley, llamada la Banking Act, ordenaba la separación del dinero de los depósitos de los bancos y el dinero de las inversiones. De acuerdo con esa ley, no se podría utilizar el dinero de los depósitos para hacer operaciones de bolsa.
El desplome del 29 había sido tal espanto, que Roosevelt dijo no, no, tenemos que separar el dinero. A partir de este momento, los bancos van a tener que tener muy claro que o son bancos de depósito o son bancos de inversión, pero no van a poder los bancos invertir en las operaciones especulativas de bolsa con los depósitos de los depositantes, porque eso es correr un gran riesgo.
Esa ley, que promovió Roosevelt, fue la que permitió un desarrollo importante, sin que el dinero se desbocara de una manera especial y mantuviera un poco el juego. Porque el dinero de los depósitos seguía construyendo y alimentando el mundo de las empresas y el dinero especulativo jugaba su legítima aventura en la bolsa, sin mezclarse la una con la otra.
La desregulación
Cuando en los años 80, Ronald Reagan y Margaret Thatcher empiezan a pisar el acelerador de este pensamiento, que decimos que es el pensamiento dominante, empiezan a encontrar un obstáculo en esa ley, la Banking Act. Empiezan a pisar, a pisar, hasta que el 12 de noviembre de 1999, siendo Bill Clinton presidente de los Estados Unidos, es abolida ley Glass- Steagall.
De nuevo, como había ocurrido en los años 20, los bancos pueden utilizar todo el dinero con el que cuentan, el suyo, y el de sus ahorradores, para echarlo al juego de la especulación. Teóricamente, para obtener mayores rentabilidades. Y las obtiene, pero para entrar también en el terreno de la gran aventura de la bolsa que vuela y vuela y vuela.
Parte de los desastres que estamos ahora viviendo tienen que ver con ese momento, del que habrán oído hablar mil veces, que es cuando se desregula el mercado financiero. Cuando se le quitan las cadenas de la ley y se le deja que ande como le de la gana.
Por eso, todo el esfuerzo posterior es tratar de volver a marcar unas reglas que impidan al dinero correr aventuras temerarias y locuras que luego se vuelven contra nosotros.
En resumen, para no seguir mucho con esta paliza muy técnica, voy a recoger el mensaje y lo voy a colocar en otro sitio.
Un mundo insostenible
El mundo en el que estamos ahora viviendo es, a mi juicio, un mundo insostenible. El pensamiento dominante está provocando no una crisis, sino un haz de crisis. La crisis económica que estamos viviendo es una crisis en un haz de crisis.
Hay una crisis económica, una crisis financiera, una crisis educativa, una crisis moral, una crisis social, una crisis cultural… Está destruyéndose un mundo y todos lo estamos todos. Notamos que el mundo que hemos conocido se nos va y otro mundo que todavía no termina de perfilarse amaga, sin que uno se haya ido del todo, ni otro haya nacido del todo.
Estamos como en el centro de un terremoto y de ahí nuestro estupor. Hay un sociólogo muy bueno que se llama Zygmunt Bauman [Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2010] que dice: “están vivas y muertas a la vez muchas cosas”.
Estamos viviendo experiencias que son vivas y muertas a la vez y casi en cada actividad lo podemos ver. En el periodismo lo notamos. Un modelo de negocio que ya vemos que no va a poder continuar, sin que todavía sepamos muy bien cuál es el modelo de negocio que le va a sustituir.
Esta sensación de desconcierto está descolocando a la gente de tal manera que les vale el ejemplo que les voy a contar ahora.
Desconcierto generalizado
Se plasmó muy bien en una encuesta que hicieron en una Facultad de Sociología de la Universidad de París. Cogieron a personas de unos 40- 50 años, con responsabilidades públicas: eran maestros, directores de empresa, jefes de empresa de segunda división, tercera y tal. Gente con responsabilidad sobre las personas. Les hicieron preguntas para ver cómo se sentían
La conclusión del encuentro era muy bueno: cada uno lo decía con sus palabras, pero lo que decían con sus palabras los sociólogos lo tradujeron así: todos, no, todos menos uno, reflejaban el siguiente pensamiento: no estoy preparado para enfrentarme al mundo real; estoy desconcertado; no sé cómo se hacen bien las cosas; me prepararon para un mundo, pero tengo que trabajar en otro; estoy tratando de aprender las destrezas que se suponen que corresponden al mundo actual, pero las aprendo menos de lo que quisiera y tengo la impresión de que voy a ser descubierto; van a darse cuenta de que soy un impostor; no saben que estoy perdido; no saben que no domino las técnicas que se supone que hay que tener; no sé cómo se educa a los hijos; no sé cómo se enseña en clase; no sé cómo se dirige esta empresa; no sé manejarme bien en el mundo de Internet y temo ser descubierto.
Esto era un poco lo que los sociólogos traducían como el pensamiento dominante. Cuando los sociólogos reunieron a todos y les dijeron señores, relájense, les pasa a todos, les pasa a todos. Todos están viviendo el mismo estupor, el mismo desconcierto ante un mundo que se va y un mundo que viene. Y un mundo que está, además, provocando problemas sin ningún tipo de solución, porque está sostenido por ese principio que antes he dicho, el principio del dinero que se ha puesto a liberar y se nos ha escapado de las manos.
El poder del dinero sin control
Cuando yo era más joven, tú te acordarás Román, cuando éramos más jóvenes, en las películas de ciencia ficción se soñaba con un mundo que se volvía loco porque las máquinas se escapaban del control de los hombres y empezaban las máquinas a actuar por su cuenta.
Esa era la pesadilla del futuro cuando nosotros teníamos 20 años. El que se ha escapado de control es el dinero. El dinero suelto a sus anchas, sin controles y sin reglas, dejando que avance, que crezca y que engorde, ha terminado por convertirse en un poder sin control que solamente algunos que saben surfear bien sobre esas olas están dominando.
De pronto, ¿qué hemos sentido los ciudadanos? Que la lógica de ese dinero circulando por el mundo a la velocidad de un click. Pack, hago así, y acaba de desplazarse en este momento no sé cuantos miles de millones de euros desde aquí a Singapur, desde Singapur a Burgos y de Burgos de nuevo a China continental.
Esa realidad del mundo suelto y volando a gran velocidad ha sumergido a las democracias, que son ahora democracias sumergidas.
Eso está pasando mientras nosotros seguimos viviendo nuestra vida normal, nuestra vida familiar, nuestra vida política…
Sin darnos cuenta, nuestros representantes, nuestros alcaldes, nuestro presidente del gobierno, elegidos para esos puestos, ya no tienen el poder que teóricamente tenían que tener, pues son nuestros verdaderos representantes, porque por encima de su poder y por encima de la democracia circula a sus anchas el poder del dinero, que se va moviendo de aquí para allá y va tomando sus particulares decisiones. Unas decisiones que siguen su propia lógica interna de seguir creciendo, atrapando al final a la política.
Un poder por encima de Obama
Lo hemos visto en el caso más colosal que se ha dado en la historia de la humanidad, que es el caso Obama. Un presidente que llegó al poder como casi ningún presidente ha llegado nunca al poder, con más poder no se puede llegar al poder. Y al poder del país que más poder tenía en el mundo. Pero en cuanto llegó, se dio cuenta de que no tenía el poder. Que tenía un poder, que tenía que echarse a pelear contra el poder que no había sido elegido por nadie. No es que fuera un poder ilegal, pero no era democráticamente elegido. Mas ahora era el poder que marcaba el juego y la situación.
Estos estupores que estamos nosotros viviendo están, en cierto sentido, relacionados con el hecho de que las gentes a las que nos referimos para que resuelvan nuestros problemas no pueden resolver nuestros problemas porque son, sencillamente, los que, en apariencia, manejan la simulación del poder, pero no tienen el verdadero poder.
Una de las cosas que algún día tendría que llegar a producirse, si la política fuera capaz de hacer una autocrítica sincera y cambiar con sinceridad y entenderse con sinceridad, es la reconstrucción del pacto política–sociedad. Para que la sociedad y la política juntas dijeran: señores, ya hemos descubierto dónde está el verdadero poder y nosotros juntos vamos a enviar a nuestros políticos, a nuestros paladines a esa batalla, porque ya sabemos que vosotros no tenéis todo el poder.
Antonio Caba, en primer término. |
Democracia débil y floja
Pero estamos estrenando democracia. Estamos en el minuto cinco del partido de este nuevo tiempo de la democracia. Además, en España casi la acabamos de estrenar, y la estamos notando débil y floja. Es patético.
Cuando Franco se murió, yo tenía 33 años. Había pasado mi juventud soñando con que llegara un día en el que la democracia llegara a España. Yo vivía al lado de Francia, iba mucho a Francia y decía algún día mi país será como Francia. Y soñaba la democracia y el Estado de Derecho. De repente, y antes de que haya pasado una generación, parece que eso se nos ha apolillado, se ha caricaturizado, se ha convertido en poquita cosa.
Yo no acepto esto porque creo que tendremos, en algún momento, que reflexionar para reconstruir ese encuentro con la democracia a partir de un cambio muy profundo que todos tenemos que hacer y la política también.
Pero decíamos que ese pensamiento dominante es un pensamiento dominante que tiene una particularidad y es que está loco. Está loco. El pensamiento dominante, es decir el dinero circulando a sus anchas, que busca más dinero y que solo se mueve para generar más dinero y multiplicarse y multiplicarse y multiplicarse sobre una sociedad que vive en la cáscara de la democracia sumergida, pero que en el fondo está siendo manejada como clientes, consumidores, endeudados, propone un mundo loco, imposible: el crecimiento perpetuo.
El crecimiento perpetuo
Hay que crecer, crecer y crecer. Pero el crecimiento perpetuo, en un mundo limitado, es una locura, es un disparate físico.
No es un reproche intelectual el que yo hago. No es un reproche ideológico. Hago un reproche lógico. Como cuando estábamos viendo que en España todo el progreso se pretendía sostener en la construcción y en la venta de un millón de pisos todos los años, debíamos haber dicho: hombre, es poco probable que podamos estar construyendo y vendiendo un millón de años un millón de pisos todos los años. Esto se parará en algún momento. ¿Por qué?
No hace falta hacer mucho análisis ideológico: ¿Por qué?, pues porque no se puede. Pues el crecimiento perpetuo en un mundo limitado es imposible. Y ahora que China, India, con miles de millones de personas no aceptan su condición de muertos de hambre en el mundo de la prosperidad y empiezan a reclamar su derecho a participar en el festejo, se empieza a notar que es claramente insostenible el modelo del crecimiento perpetuo. Sencillamente es que no puede ser. Es imposible.
El modelo se descubre incapaz de afrontar la realidad de un mundo que, siguiendo su propia lógica, le conduce a un punto sin retorno. Esta noche van a querer cenar 290.000 seres humanos más. Y mañana otros 290.000 seres humanos más. Y pasado mañana otros 290.000 y puedo seguir así.
Bien es verdad que se habrán muerto muchos también, pero quiero decir que buscando el parámetro que nos dé la gana, la locura y la insensatez de esta carrera desbocada, que está además viviendo aceleraciones y movimientos exponenciales, nos está llevando, por ejemplo, a estas situaciones:
Estamos consumiendo más agua potable que la que se recoge con las lluvias; estamos empezando a tener problemas de abastecimiento de agua.
El hombre está teniendo que ver cómo se las ingenia, porque la batalla por el grano se está convirtiendo ya en una batalla mundial. Las grandes empresas están matando para encontrar posiciones de ventaja en el grano que se les suministra.
Ojos abiertos o cerrados
Siempre se ha dicho que la siguiente guerra, si la hay, será por el agua potable. Es decir, están pasando cosas que no tienen que ver con la ideología, tienen que ver con los ojos abiertos o los ojos cerrados, y con la verdad científica y con los intereses.
Lo del problema del planeta no es que sea un problema que unos científicos dicen que es peligroso y otros científicos dicen que no es peligroso. No. Es que unos científicos dicen que es peligroso y otros dicen que no es peligroso porque tienen intereses en decir que no son peligrosos, porque están viviendo de determinado tipo de actividades, y están, naturalmente, necesitando que continúen esas actividades, aunque sea al precio de que esto se vaya a pique.
Estas son realidades objetivas que están viviéndose como consecuencia de un pensamiento, una ideología dominante, que es la ideología del dinero y su desarrollo es el único motor. El hombre es sencillamente un elemento que lo observa desde la perspectiva de su condición de consumidor y de deudor.
Esto puede ser una ceguera, pero es lo que ahora hay y no me hagas mirar más lejos, porque a mí el mundo se me acaba hoy y mañana será otro día.
La vida enloquecida de ese pensamiento es una locura. Una locura. Y por eso lo digo, bueno, lo digo, aunque naturalmente me puedo equivocar. Vamos a ir por partes. Pausa. Paréntesis. Yo no he parado de equivocarme en toda mi vida, con lo cual es muy probable que me esté equivocando también ahora, pero yo he venido aquí a decirles, sinceramente, lo que quiero, lo que creo. Yo les voy a decir sinceramente lo que creo. No hace falta que me crean. Quiero que crean que estoy siendo sincero, pero, naturalmente, me puedo estar equivocando. Cierro el paréntesis.
Camino del precipicio
Desde mi punto de vista, lo que ha ocurrido con esta crisis es que, antes de que estallara, ya íbamos nosotros camino del despeñadero con esta teoría del crecimiento perpetuo, del dinero, de la especulación, del comprar–vender, comprar–vender, comprar–vender.
El tren se salió de la vía. Ahora lo estamos volviendo a meter en la vía para continuar alegremente nuestro camino hacia el precipicio. Ese es mi diagnóstico de la situación.
Detengámonos en el año 2008, con la caída de Lehman Brothers. No sé que pensamiento tienen ustedes, yo les respeto todos, pero les cuento el mío.
Cuando me escuché decir a mí mismo, pues estaba en la televisión, que el Gobierno estadounidense había nacionalizado la banca de los Estados Unidos, tras la caída de Lehman Brothers, no sé si pueden ustedes imaginar lo que yo estaba sintiendo.
Puedo imaginar lo que pensaría la gente, aproximadamente de mi edad, al escuchar que los Estados Unidos estaban nacionalizando su banca. Seguramente, la gente más joven dirá ¿y eso que tiene de particular?
Eso tiene lo mismo de particular que si hubiera salido el Papa al balcón de San Pedro a decir que Dios no existe. Una alteración absolutamente radical de todos los pensamientos que habíamos tenido toda la vida. ¿Sí o no? O sea, que los Estados Unidos pudieran nacionalizar la banca era una cosa tan absolutamente inverosímil como que el Papa hubiera salido al balcón a decir una cosa así.
Era imposible. Y yo conté esa noticia, como todos los periodistas del mundo, y me decía: no puede ser… ¿Qué va a pasar aquí?
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